lunes, 30 de mayo de 2011

COMENTARIO DE TEXTO: LA "INHOSPITALIDAD" EN LA FILOSOFÍA DE MARTIN HEIDEGGER


«El encontrarse, se dijo en el pasaje anterior, hace patente “cómo le va a uno”. En la angustia le va a uno “inhóspitamente”. En ello encuentra inmediatamente su expresión la peculiar indeterminación de aquello cabe lo cual se encuentra el “ser ahí” en la angustia: el “nada y en ninguna parte”. Pero “inhospitalidad” quiere decir al par “no estar en su casa”. Ya al hacer las primeras indicaciones fenoménicas acerca de la estructura fundamental del “ser ahí” y al dilucidar el sentido existenciario del “ser en” a diferencia de la significación categorial de la “interioridad”, se definió el “ser en” como un “habitar en”, un “estar familiarizado con”. Este carácter del “ser en” se hizo visible de una manera más concreta con la cotidiana publicidad del uno, que introduce en la cotidianidad del término medio del “ser ahí” la aquietada seguridad en sí mismo y el “estar en su casa” comprensible se suyo. La angustia, en cambio, saca de nuevo al “ser ahí” de su cadente absorberse en el “mundo”. Queda quebrantada hasta las entrañas la cotidiana familiaridad. El “ser ahí” es singularizado, pero como “ser en el mundo”. El “ser en” pasa al “modo” existenciario del “no en su casa”. Ninguna otra cosa significa el hablar de “inhospitalidad”».
(M. Heidegger, El ser y el tiempo. §40. Traducción José Gaos)

El sentido –en este caso, de un texto– es el fondo sobre el que algo resulta comprensible como algo. El texto que pretendemos comentar pertenece a El ser y el tiempo[1], de Martin Heidegger, en concreto a su Primera Sección (Análisis fundamental y preparatorio del ser ahí), Capítulo VI (La cura, ser del “ser ahí”), parágrafo §40 (El fundamental encontrarse de la angustia, señalado “estado de abierto” del “ser ahí”). Por tanto, la posición del texto dentro de la obra de la que es un fragmento es suficientemente avanzada como para que no sea posible articular una comprensión mínima del mismo sin introducir previamente algunas nociones, en especial teniendo en cuenta la especificidad propia de la terminología heideggeriana (donde prácticamente cada expresión se usa en con sentido diferente al habitual[2]).
Ya desde su primera página, el objetivo explícito de El ser y el tiempo es «hacer de nuevo la pregunta que interroga por el sentido del ser» [ST10]. Heidegger subraya aquí tipográficamente la pregunta, pero ello no debe hacernos perder de vista la importancia de un de nuevo presentado en relación a un fragmento del Sofista de Platón: la superación de lo convencional no avanza en la dirección de la «avidez de novedades», sino que retrocede en busca de los orígenes. «De nuevo» significa aquí antimodernidad, entendida como superación por destrucción de un ingenuo optimismo de la razón que impide un pensar auténtico, como apertura de una perspectiva de sospecha que deja al descubierto todo un campo para la investigación intelectual que antes quedaba oculto.
Evidentemente, este paso atrás, este retroceder hacia algo más originario que la razón (no tanto irracional como prerracional) debe contar con un modo de relacionarse con las cosas que sea distinto del ver teórico: «nos movemos ya siempre en cierta comprensión del ser […] Esta comprensión del ser, de “término medio” y vaga, es un factum» [ST15]. Esta precomprensión es originaria tanto en sentido de anterior como también de fundamento: de ella brota la posibilidad misma del preguntar y del forjar conceptos[3]. Situar la comprensión (sin fundamentación) como origen de la posibilidad del conocimiento (fundamentado racionalmente) discurre en paralelo a la posición de un modo de ser del hombre también original con respecto a la noción de sujeto (racional): el Dasein, traducido por José Gaos como “ser ahí”­­, determinado por la existencia. Este ente queda señalado porque en su comprender el ser le va su ser mismo: es el ente capaz de preguntar, precisamente porque ya siempre es comprendiendo. El cambio de perspectiva desde el qué es hacia el que es –desde la esencia a la existencia–, desde el conocimiento a la comprensión, convierte a la primera parte (la única publicada) de El ser y el tiempo en una analítica de la existencia de este “ser ahí” (el hombre como existente) puesto por Heidegger como ente señalado al que preguntar por el ser.
Así, desde el primer momento, se distinguen dos tipos de entes: a los entes propios de la tradición metafísica –que no tienen la forma de ser del “ser ahí” sino la del “ser ante los ojos”–, caracterizados en sus modos de ser por las categorías, Heidegger opone el “ser ahí”, cuya esencia es la existencia y cuyos modos de ser son los existenciarios, resultado del análisis teórico de la existencia del “ser ahí”[4]. Es decisivo entender la diferencia óntico ontológica, es decir, que «el ser de los entes no “es” él mismo un ente» [ST15], (aunque «ser es siempre ser de un ente» [ST47]) y por ello la investigación en torno al ser no puede realizarse sobre cualquier ente, sino sólo viendo a través del ente que al que ya siempre le va el ser: el “ser ahí”, como ente ontológico que es[5].
Ese ser que le va al “ser ahí” es su existencia, como «posibilidad de ser él mismo o no él mismo [que] nunca puede liquidarse sino por medio del existir mismo» [ST22]. Es decir, la existencia es una responsabilidad óntica del “ser ahí”,  que puede ser llevada a cabo sólo por una comprensión existencial y, en consecuencia, sin necesidad de una comprensión teórica del ser, de un comprender existenciario. Por tanto, la mirada ontológico-existenciaria que analiza el ser del ente que existe es una perspectiva propia de la filosofía –como ontología fundamental–, y no del existir mismo, para el que basta una precomprensión de término medio.    
El “ser ahí” tiene además como carácter constitutivo el ser en un mundo. Esto lleva al “ser ahí”, como veremos,  a caer en su mundo: a interpretar inmediatamente su ser por relación a este “mundo”, lo que le conduce a una mala comprensión[6] de sí mismo como ser “ante los ojos” dentro de un mundo también “ante los ojos” y a entender la relación entre ambos dentro del marco conceptual sujeto-objeto. No obstante, esta caída es la situación en la que el “ser ahí” se encuentra inmediata y regularmente, es decir, en la indiferenciada modalidad de la cotidianidad, en el término medio. Al “ser ahí”, en su cotidianidad, le va su ser «en el modo de la huída ante él y del olvido de él» [ST56].
Llegados a este punto, ya podemos acceder a «dilucidar el sentido existenciario del “ser en” a diferencia de la significación categorial de la “interioridad”». La estructura de ser del “ser ahí” que Heidegger llama “ser en el mundo” es la base, el a priori, sobre la que se desarrolla toda su analítica existenciaria. El “ser en el mundo” es un «fenómeno dotado de unidad» [ST65] y de integridad[7], es decir, que no debe entenderse como significando una mera contigüidad “ante los ojos”[8] de dos entes –el “ser ahí” y el “mundo”–, sino como una estructura existenciaria propia del ser del “ser ahí”: el “ser ahí” siempre es en un mundo y sólo hay “mundo” (en sentido existenciario, y no como conjunto de cosas) para el “ser ahí”. Así, hay dos maneras de entender el “ser en”. Por un lado, hay una interpretación categorial, a la que Heidegger llama “interioridad”, referida a la relación de lugar entre dos seres que no tienen la forma de ser del “ser ahí”. Por otro lado está la interpretación del “ser en” como existenciario (es decir, como elemento estructural procedente del análisis del ser que es comprendiendo el ser) –para la que Heidegger reserva la propia expresión “ser en”–, que está en relación con la idea de “habitar cabe…”, “estar familiarizado con…” en el siguiente sentido: mientras que en la “interioridad” categorial, óntica, la relación entre los entes (carentes de mundo) es puramente espacial (en el sentido categorial de la espacialidad), sin más determinaciones que la dimensionalidad, en el “ser en” existenciario, ontológico, la relación entre el ente con la forma de ser del “ser ahí” y los otros entes que hacen frente dentro del mundo es una relación de comprensión (ya siempre comprendiendo), que incluye una significatividad, una conformidad[9].
El “ser en el mundo” incluye como una de sus posibilidades el existenciario “curarse de” “viendo en torno” lo “a la mano” –es decir, los útiles, con el «carácter de la familiaridad que no “sorprende”» [ST119]–, que abre la significatividad en la que el “ser ahí” encuentra la familiaridad[10]: «el “ser ahí” es “en” el mundo en el sentido de “andar en torno”, en la familiaridad del “curarse de”, con los entes que hacen frente dentro del mundo» [ST120].
Al analizar, en este contexto, la existenciaria espacialidad del “ser ahí” –que es fundamentalmente distinta de la espacialidad categorial, de la dimensionalidad–, Heidegger introduce el concepto de “sitio”: «El sitio y el plexo de sitios no deben interpretarse como el “donde” de un cualquier “ser ante los ojos” de cosas. El sitio es siempre determinado como el “aquí” o “allí” en que es “pertinente” un útil» [ST117][11], es decir, en relación a la totalidad de conformidad en que se comprende el mundo. Se va desvelando así el sentido del habitar, de la familiaridad, específico del ser del “ser ahí”, que es esencialmente des-alejador (desalejamiento como un existenciario) y en el carácter de la “dirección” («me oriento necesariamente en y por un ser en cada cado ya cabe un mundo “conocido”» [ST125]).
Hasta aquí Heidegger ha introducido, junto a la forma de ser del “ser ahí”, el “ser a la mano” y el “ser ante los ojos”. Al plantearse la relación del “ser ahí” con otros entes que son del mismo modo que él, surge el tema del “ser con”: «El “ser en” es “ser con” otros» [ST135][12] –de nuevo en su sentido existenciario, no categorial–. Y en paralelo, la cuestión del quién del sí mismo y, sobre todo, de la publicidad. Estamos ya, pues, en disposición de afrontar el desvelamiento del sentido de otro fragmento del texto que estamos comentando: «la cotidiana publicidad del uno, que introduce en la cotidianidad del término medio del “ser ahí” la aquietada seguridad en sí mismo y el “estar en su casa” comprensible se suyo [en] su cadente absorberse en el “mundo”».
El parágrafo §27 de El ser y el tiempo, en mi opinión el pasaje más brillante de la obra[13], está dedicado a El cotidiano “ser sí mismo” y el “uno. Comienza exponiendo –y pretendidamente no valorando, lo cual es importante para entender la posición filosófica de Heidegger– los efectos sobre el “ser sí mismo” de un modo deficiente[14] –pero cotidiano, es decir, inmediato y regular en el término medio– del existenciario “ser con”, el “ser uno con otro”: «en cuanto cotidiano “ser uno con otro” está el “ser ahí” bajo el señorío de los otros. No es él mismo, los otros le han arrebatado el ser. El arbitrio de los otros dispone de las cotidianas posibilidades de ser del “ser ahí”. Mas estos otros no son otros determinados […] El “quién” no es este ni aquel; no uno mismo, ni algunos, ni la suma de otros. El “quién” es cualquiera, es “uno”» [ST143]. Este dominio que un difuso “los otros”, el “uno”, ejerce sobre nuestras posibilidades de ser, sobre nuestras opciones disponibles, en definitiva sobre nuestra comprensión e interpretación del mundo, tiene el sorprendente carácter de no sorprendernos[15], de ser inmediata y regularmente aceptado sin sospechar de él, de conseguir nuestra ingenua y complacida colaboración. «El “uno”, que no es nadie determinado y que son todos, si bien no como suma, prescribe la forma de ser de la cotidianidad» [ST143], como veremos al analizar la “caída”.
El existenciario, el modo de ser, que le va al “uno” es el “término medio”, el mantenerse en lo que “está bien”, en lo que “se” admite, donde se eliminan las excepciones y se aplanan todas las posibilidades de ser[16]. Los modos de ser del “uno” –“distanciación”, “término medio”, “aplanamiento”– constituyen la “publicidad” que queríamos explanar: «ésta es lo que regula inmediatamente toda interpretación del mundo y del “ser ahí” y tiene en todo razón […] justo por no entrar “en el fondo de los asuntos”, por ser insensible a todas las diferencias de nivel y de autenticidad» [ST144].
El “ser ahí”, que en la cotidianidad se absorbe en el mundo al amparo de esta “publicidad”, se quita la carga de la responsabilidad del decidir, y, mientras se mantenga en lo superficial, siempre cuenta con una respuesta adecuada y accesible a todos. El “quién” del “ser ahí” cotidiano es el “uno”, es decir, el “nadie”[17] que descarga de la responsabilidad de ser propiamente al “ser sí mismo”: el “ser ahí” es cotidianamente en la “impropiedad”. Esto significa que la forma en que el “ser ahí” es familiar para sí mismo es el “uno mismo”, que cotidianamente es el “uno” quien inmediatamente ofrece la interpretación del mundo y del “ser en el mundo”, quien articula el plexo de referencias de la significatividad: «el “ser ahí” se echa el cerrojo a sí mismo» [ST146].
Este cotidiano estado de impropiedad del “ser ahí” perdido en el “uno” es, para Heidegger, lo originario, mientras que el “ser sí mismo propio” «es una modificación existencial del “uno” en cuanto éste es un esencial existenciario» [ST147][18]. La autenticidad del “ser ahí” tiene como base la inautenticidad, desde ella surge el empuñar el ser. Pronto veremos qué papel juega la angustia en esta modificación existencial (que no existenciaria) que conduce hacia la autenticidad del ser.
Para terminar de aclarar el fragmento, debemos explicar la caída, el cadente absorberse en el mundo, uno de cuyos caracteres es el mencionado “aquietamiento”. Pero para ello es necesario tematizar antes el “ser en” en cuanto tal, en su sentido propio (que se corresponderá con el “no en su casa”), para después explicitar su cotidianidad impropia interpretada por el “uno” (el “estar en su casa”). Este desarrollo filosófico, teórico, del asunto se produce en dirección contraria a la modificación existencial producida por la angustia, que lleva de la impropia y familiar cotidianidad a la inhóspita propiedad del “ser en el mundo”.
Heidegger comienza el análisis del “ser en” con «la proposición existenciaria “el ‘ser ahí’ es su ‘estado de abierto’” quiere decir a la vez: el ser que a este ente le va en su ser, es su “ahí”» [ST150]. El ahí del “ser ahí” es su “estado de abierto” del ser ahí del mundo, caracterizado por el “encontrarse” –o estado de ánimo (“cómo le va a uno”)– y por el “comprender”, articulados ambos por el “habla”. La comprensión del mundo en la que el “ser ahí” ya siempre está y el estado de ánimo en el que el “ser ahí” ya siempre está son el ahí del “ser ahí”. Siempre ya estamos (somos) en una comprensión y en un estado de ánimo, y desde ellas abrimos e interpretamos el mundo y a nosotros mismos. Estos existenciarios –“encontrarse”, “comprender” y “habla”– también tienen una forma de ser en la cotidianidad, en la “caída” en la que inmediata y regularmente nos encontramos (las “habladurías”, la “avidez de novedades” y la “ambigüedad”).
Con el primero de estos existenciarios, el “encontrarse”, se ilumina la primera parte del fragmento: «El encontrarse, se dijo en el pasaje anterior, hace patente “cómo le va a uno”». Lo que significa el “encontrarse” no necesita de mayor explicación óntica, pues es lo más conocido: el estado de ánimo en que uno se encuentra siempre está claro para uno mismo. Ahora bien, Heidegger no está interesado en lo óntico, sino en lo ontológico del “encontrarse”, en su manifiesta capacidad –originaria– para “abrir” aquello a lo que el conocimiento conceptual –derivado– no puede llegar: «las posibilidades de “abrir” de que dispone el conocimiento se quedan demasiado cortas frente al original “abrir” que es peculiar de los sentimientos, en los cuales el “ser ahí” es colocado ante su ser como “ahí” […] El estado de ánimo hace patente “cómo le va a uno”. En este “cómo le va a uno” coloca el estado de ánimo al ser en su “ahí”» [ST151]. Por tanto, para Heidegger, los sentimientos tienen una capacidad de poner al “ser ahí” ante sí mismo[19] que se le hurta al concepto. “Abrir” es más originario que conocer.
El estado de ánimo puede abrir el “estado de yecto” o de arrojado del “ser ahí” en su “ahí” «como el nudo hecho de “que el ‘ser ahí’ es y ha de ser”. Se hace patente el hecho de “que es”; el de dónde y el adónde permanecen en la oscuridad» [ST152]. Lo que se puede abrir es la facticidad de la entrega a la responsabilidad. Pero también puede ocurrir, óntico-existencialmente, que el “ser ahí” esquive este ser “abierto” por el estado de ánimo, y de hecho es lo que ocurre cotidianamente. El estado de ánimo puede, por tanto, “abrir” como versión y como a-versión: «el “encontrarse” “abre” el “ser ahí” en su “estado de yecto” e inmediata y regularmente en el modo de la aversión que esquiva» [ST153]. Este esquivar refiere al fenómeno de la “caída”.
Desde aquí ya podemos intuir que el papel reservado por Heidegger al “encontrarse” fundamental de la angustia será el de impedir esta huida, esta aversión que esquiva el mirar de frente al “estado de yecto”, a la condición de arrojado, a la falta de fundamento (de dónde y adónde) en que existe el “ser ahí”.
 El otro existenciario fundamental analizado por Heidegger en relación con el “ser en” es el “comprender”, que abre la significatividad como el fondo sobre el que es abierto el mundo en cuanto tal. Este comprender existenciario no es intencional, es decir, no es un comprender “algo”, sino exclusivamente «el ser en cuanto existir, […] el ser del “ser ahí” como “poder ser”» [ST161]. El comprender tiene la estructura de la “proyección” (del proyecto en la traducción de Rivera). Puede proyectar el ser del “ser ahí” sobre su “por mor de qué”, pero también sobre la significatividad del mundo. Estas dos posibilidades[20] son las que se diferencian en el fragmento que estamos comentando: por un lado está el proyectarse sobre la significatividad –comprenderse inmediata y regularmente por su mundo–, que provee de la seguridad de lo comprensible de suyo; mientras que por otro lado el proyectarse referido al “por mor de qué” –es decir, existiendo como sí mismo propio– singulariza al “ser ahí” en el sentido de mostrarlo sólo como asumiendo la responsabilidad de ser en el mundo, como posibilidad sólo en cuanto posibilidad. Por tanto, el comprender también puede ser propio (angustiado comprender el carácter arrojado –sin fundamento– de la existencia) o impropio (comodidad del público estado de interpretado), y ambos a su vez pueden ser genuinos o no-genuinos. El papel que Heidegger reserva a la angustia es el de eliminar la posibilidad de proyectarse sobre la significatividad (la angustia nos revela la insignificatividad del mundo), dejando sólo la opción propia del comprender encontrándose.
El comprender se desarrolla en la interpretación, donde el comprender se apropia lo comprendido (por ejemplo, en la interpretación del comprender impropio surge el “es para…” de los útiles “a la mano”). La interpretación se constituye por el “estado de expreso” de algo comprendido a través de la estructura del “como” (la estructura originaria del “ver” comprensor de la interpretación). Es aquí donde cobra sentido el subrayado de Heidegger en el texto que estamos comentando: «El “ser ahí” es singularizado, pero como “ser en el mundo”». La angustia abre[21], en el comprender encontrándose propio, una interpretación expresa del “ser ahí” que todavía no ha sido objeto de elaboración conceptual, que es todavía un simple “ver” las cosas inmediatas.: esto significa este «como».
Llegados a este punto ya podemos, volviendo al horizonte de la cotidianidad, entrar en el fenómeno de la “caída”, que nos permitirá entender el sentido de la expresión «su cadente absorberse en el “mundo”», del que saca la angustia. Para ello hay que considerar qué forma existenciaria toma el “estado de abierto” del “ser ahí” –que habíamos caracterizado por el “encontrarse”, el “comprender” y el “habla”– cuando este se encuentra sumergido en la forma de ser del “uno”, en la publicidad en que cotidianamente el “ser ahí” se encuentra.
El “habla” toma el carácter de las “habladurías” (y también de las “escribidurías”), que ya sólo son capaces de mentar «lo mismo, porque se comprende lo dicho en común, en el mismo término medio» [ST187], con el carácter de autoridad de lo que se dice: «las habladurías son la posibilidad de comprenderlo todo sin previa apropiación de la cosa» [ST188][22]. Aquí encuentra su punto de anclaje la seguridad en la que el “ser ahí” se encuentra en la cotidianidad, la familiaridad de lo comprensible de suyo: todo está ya interpretado por el “uno” y esta interpretación que inconscientemente se da por buena impide todo nuevo preguntar: «el “ser ahí” no logra sustraerse jamás a este cotidiano “estado de interpretado” dentro del cual se desarrolla inmediatamente. En él, por él y contra él se alcanza todo genuino comprender, interpretar y comunicar […] El uno traza por adelantado el encontrarse, determina lo que se “ve” y cómo se “ve”» [ST189].
Es en el sentido expuesto que está el “ser ahí” «en su casa», pero, desde la oscurecida perspectiva de la propiedad, de la autenticidad, esa casa tiene la forma de una prisión. Las “habladurías” producen un no percibido desarraigo, un flotar en el aire que sin embargo constituye la cotidiana “realidad”: «en lo comprensible de suyo y seguro de sí del “estado de interpretado” del término medio está, empero, entrañado que gracias a su amparo le permanezca oculta al “ser ahí” mismo del caso la “inhospitalidad” de ese flotar en el aire en que puede volar hacia una creciente falta de base» [ST189]. Aquí queda ya iluminada la situación de autoengaño en la que nos movemos, y de la que sólo nos puede sacar propiamente la angustia.
El “ver” del “comprender” propio[23] toma en la cotidianidad la forma de la “avidez de novedades”, de la tendencia al sólo percibir el “aspecto” del “mundo”, sin comprender, sin demorarse, contribuyendo al desapercibido desarraigo promovido por las habladurías. «La avidez de novedades, a la que nada le resulta cerrado, las habladurías, a las que nada les queda por comprender, se dan, es decir, dan al “ser ahí” que es así, la seguridad de una presuntamente auténtica “vida viva”» [ST192]. Con estos nuevos existenciarios impropios hemos avanzado aún más en la penetración de la «aquietada seguridad en sí mismo y el “estar en su casa” comprensible se suyo», si bien aún falta por concretar más este aquietamiento. Además, la “ambigüedad” con la que el “uno” impide distinguir lo genuino no permite salir intelectualmente de esta situación, por lo que será necesaria la angustia, que como encontrarse propio no está afectada por ellos.
Con los mimbres de las habladurías, la avidez de novedades y la ambigüedad, Heidegger trama ya la forma fundamental del ser de la cotidianidad: la “caída” del “ser ahí”, como inmediato y regular absorberse en el mundo perdido en la publicidad del uno: «el “ser ahí” es inmediatamente siempre ya “caído” “de” sí  mismo en cuanto “poder ser sí mismo” propiamente y “caído” “en” el “mundo”» [ST195]. El estado de la caída tiene un de dónde (el “de”) y un adónde (el “en”). En nuestra forma cotidiana, hemos perdido la posibilidad de ser propiamente y somos en la impropiedad. Ser en la impropiedad, caídos en el mundo, no significa nada más, ni nada menos, que vivir gobernados por las habladurías, por la avidez de novedades y por la ambigüedad. Este es nuestro estado habitual, nuestro estar en casa, una determinación positiva[24] y no un perder el ser, un no-ser. La caída en la falta de base, la posibilidad de perderse en el mundo, es una tentación que el “ser ahí” continuamente se da a sí mismo. Es la tentación de «la seguridad, genuinidad y plenitud de todas las posibilidades de su ser, [de] un creciente no haber menester del comprender, encontrándose, propio» [ST197], que produce un “aquietamiento”. Este es, insistimos, el sentido de la «aquietada seguridad en sí mismo y el “estar en su casa” comprensible se suyo» presentes en el texto que estamos comentando.
Ahora bien, este aquietamiento no es inactividad, sino movimiento desenfrenado, un ofuscado querer saberlo todo[25] (incluyendo el más exagerado autoanálisis) que nos hunde más en la caída, evitando así la pregunta por lo propio, por el comprender como poder ser: «el cadente “ser en el mundo” es en cuanto aquietador-tentador, al par “extrañador” […] El extrañamiento aquietador-tentador de la caída conduce en su peculiar “estado de movimiento” a que el “ser ahí” “se enrede” en sí mismo» [ST198].
Es el “derrumbamiento”: « El “ser ahí” se derrumba de sí mismo en sí mismo, en la falta de base y el “no-ser” de la cotidianidad impropia. Pero este derrumbamiento le resulta oculto por obra del público “estado de interpretado”, dado que resulta interpretado como “exaltación” y “vida concreta”» [ST198]. El “ser ahí” arrojado se sume en el torbellino de la impropiedad del uno. La existencia propia no puede salir de él, sino sólo constituirse como una modificación de este estado, como un empuñar la cotidianidad cadente.
El motor de esta modificación es la angustia, como encontrarse comprensor capaz de abrir el propio ser amplia y originalmente, simplificado, como “cura”[26] [Sorge] (cuidado en la traducción de Rivera). Este abrir simplificando es al que se refiere la expresión del fragmento analizado «El “ser ahí” es singularizado» («El Dasein queda aislado» en la traducción de Rivera): el ser del “ser ahí” se muestra en su desnudez, sin interpretaciones añadidas, en su nudo carácter de arrojado “ser en el mundo”, sin la coraza ocultadora del uno. La angustia tiene la capacidad de “ver” sólo el “ser ahí” propio.
Con lo hasta aquí ganado, ya podemos intentar con garantías la exégesis del parágrafo §40 (El fundamental encontrarse de la angustia, señalado “estado de abierto” del “ser ahí”) de El ser y el tiempo, al que pertenece el fragmento que queremos aclarar.
Como se explicitó al comenzar este comentario, el pensar de Heidegger pretende dar un paso atrás desde el conocer –considerado derivado– hacia modos más originarios de “abrir”, que halla en el “encontrarse” y el “comprender” como existenciarios. Dentro de este contexto, se considera que es el estado de ánimo de la angustia el candidato –el señalado– para un “abrir” más fundamental.
Como también se ha visto ya, este “abrir” fundamental se hace necesario –siempre filosóficamente hablando– porque el “ser ahí” se encuentra cotidianamente absorbido en el uno y en el mundo, en «una especie de fuga del “ser ahí” ante sí mismo como “poder ser sí mismo” propio» [ST204] en que el “ser ahí” no se pone ante sí mismo, sino lejos de sí[27].
Para aprehender el fenómeno de la angustia, Heidegger procede a deslindarlo del fenómeno del temor, ya tratado en El ser y el tiempo a propósito del “encontrarse” (en ese lugar del texto, en relación con el temor, nos encontramos con la posibilidad de “ser golpeado” y “ser herido” por lo amenazador, con que el “encontrarse” del temor “abre” el “ser en peligro” [ST§30]). El carácter de fuga se corresponde con el retroceder ante lo amenazador (lo abierto en el temor), que a su vez tiene el carácter de un determinado ente intramundano. Pero el huir de la caída es ante sí mismo, ante el propio “ser ahí”, que no es intramundano, y en dirección hacia los entes intramundanos en que se absorbe. Bien por el contrario, «el “ante qué” de la angustia es el “ser en el mundo” en cuanto tal» [ST206]. Por tanto, la angustia es el fenómeno original, y el temor derivado –se funda en ella–. Mientras que lo amenazador del temor es algo determinado (por relación al plexo de conformidad, a la significatividad), nos angustiamos ante lo absolutamente indeterminado (y por tanto carente de significatividad): en la angustia «el mundo tiene el carácter de una absoluta insignificatividad» [ST206]. En paralelo a esta indeterminación, lo que nos angustia no tiene ningún lugar, «no es en ninguna parte» [ST206]. Así pues, ya tenemos todos los datos –el fondo sobre el que se articula el sentido– para interpretar la primera parte del fragmento que estamos comentando: «En ello encuentra inmediatamente su expresión la peculiar indeterminación de aquello cabe lo cual se encuentra el “ser ahí” en la angustia: el “nada y en ninguna parte”». Este “nada y en ninguna parte” es la absoluta insignificatividad de lo que hace frente en el mundo y, al eliminar de la vista lo intramundano, se nos ofrece la nuda mundanidad del mundo: la familiaridad con el mundo es constitutiva del “ser ahí”.
El concepto “mundanidad” [Weltlichkeit] es, en mi opinión, uno de los más problemáticos y oscuros[28] de El ser y el tiempo. La mundanidad queda como un a priori insuperable, no concebible, como algo que no desaparece aunque desaparezcan todas las cosas –sino que antes bien se hace más patente–. La “mundanidad”, según se presenta en ST102, no sería más que un sistema de relaciones, un plexo de referencias ST102, cuya única fuente es la facticidad del “ser ahí” como existencia. Sin embargo, aquí –en la exégesis de la angustia– “mundanidad” quiere significar «la posibilidad de algo “a la mano” en general» [ST207], es decir, el mundo mismo con independencia de los entes que se presenten en él, o, mejor dicho, el mundo cuando no hace frente “nada” de lo “a la mano”: «Si, según esto, se destaca como el “ante qué” de la angustia la nada, es decir, el mundo en cuanto tal, ello quiere decir esto: aquello ante que se angustia la angustia es el mismo “ser en el mundo”» [ST207].
Por tanto, si esto es así, lo abierto en la angustia –originalmente, por primera vez, como condición de posibilidad de posteriores aperturas, y sin concepto– es el mundo como mundo. Además, como el temor, la angustia no tiene sólo un “ante qué”, sino también un “por”. La indeterminación del “ante qué” hace que el “por” sea también indeterminado, también el “ser en el mundo” mismo ante que se angustia el “ser ahí”. Ya podemos ver entonces de qué manera la angustia opera la modificación anunciada, el abandono del aquietamiento del cadente absorberse en el mundo: con la desaparición de la significatividad que se produce en la angustia, el “ser ahí” ya no puede comprenderse por el “mundo” ni por las interpretaciones que ofrece el uno. Sólo queda como posibilidad para el “ser ahí” el nudo “ser posible” como “ser en el mundo”, es decir, su ser propio singularizado, aislado, en el sentido de arrojado poder ser.
Una vez explanado el “abrir” de la angustia, Heidegger busca pruebas en el habla de la cotidianidad, y aquí es donde tiene su lugar concreto el texto que estamos comentando. «En la angustia le va a uno “inhóspitamente” […] “inhospitalidad” quiere decir al par “no estar en su casa”» (donde “inhospitalidad” es la traducción de Gaos de Unheimlichkeit, traducida por Rivera como “desazón”, y “no estar en su casa” traduce Nichtzuhausesein) muestra que la angustia es el estado de ánimo que nos saca de la seguridad que nos ofrece el estado de interpretado de la publicidad, en el que nos sentimos como en casa [Zuhause-sein]. En la angustia la falta de referencia a lo conocido, a lo familiar, a aquello entre lo que habitamos, hace que la apertura del mundo que se produce en ella nos deje en la extrañeza, en el sentimiento de estar ante lo desconocido, lo misterioso, lo inquietante, lo radicalmente distinto de la aquietada seguridad.
En cualquier caso, más allá del juego de palabras que en alemán –el habla de la cotidianidad para Heidegger– se articula en torno a la raíz heim (que se refiere al hogar, al en casa, a lo opuesto de lo extraño [unheim]), lo que significa la “inhospitalidad” es un estar a la intemperie sin el paraguas de la interpretación del mundo que ofrecen el curarse de los entes y el estado de interpretado de la publicidad, ya analizados arriba. La angustia nos deja sin referencias, solos ante nosotros mismos, ante la responsabilidad de empuñar nuestro ser: el «“modo” existenciario del “no en su casa”» es el “ser ahí” propio que andábamos buscando, y cuya inhospitalidad siempre nos acompaña.
Este modo de la inhospitalidad debe ser entendido, según Heidegger, como un fenómeno más original que su contrario desde el punto de vista ontológico-existenciario, por más que desde el punto de vista óntico-existencial sea un fenómeno raro, contrario a nuestra experiencia cotidiana del mundo familiar y comprensible de suyo que habitamos. La inhospitalidad tiene además, frente a otros estados de ánimo, la ventaja metódica –para el análisis filosófico– de “abrir” el ser del “ser ahí” en un estado de aislamiento, de singularización, es decir, fuera de la desfiguración del movimiento de la caída, con lo que permite “ver” que la propiedad y la impropiedad son dos posibilidades diferenciadas entre las que cabe elegir, de las que hay que cuidarse.
Ahora bien, si en la impropiedad se siente uno como en casa, ¿por qué este empeño filosófico en la lucidez[29]? Indirectamente se presenta esta cuestión en el texto siguiente.


[1] Heidegger, Martin, El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2001, p.208-209. Traducción de José Gaos. En lo que sigue, por lo conocido del texto, se explicitará sólo la paginación de las citas literales, mediante la abreviatura ST.
[2] Se mantienen las comillas, presentes en la traducción de Gaos, para referirse a los existenciarios. Sobre el uso de las comillas en la escritura de Heidegger, véase Derrida, Jacques, Del Espíritu. Heidegger y la pregunta.
[3] «el comprender en general […] no es un tener noción oriundo de un proceso de conocimiento, sino una forma de ser originalmente existenciaria que hace posible todo conocimiento y noción» [ST140].
[4] «Existenciarios y categorías son las dos posibilidades fundamentales de caracteres del ser. Los entes respectivos requieren que se les pregunte primariamente en cada caso de distinto modo: un ente es un “quién” (existencia) o un “qué” (“ser ante los ojos” en el sentido más lato)» [ST57]
[5] «La comprensión del ser es ella misma una “determinación de ser” del “ser ahí”. Lo ónticamente señalado del “ser ahí” reside en que éste es ontológico» [ST22].
[6] «La dilucidación del “ser en el mundo” mostró que no “es” inmediatamente, ni jamás se da un mero sujeto sin mundo. Ni por tanto a la postre tampoco se da inmediatamente un yo aislado de los otros» [ST132].
[7] Esta unidad e integridad, como imposibilidad de separar en piezas ensamblables, no significa que no tenga una estructura formada por elementos constitutivos que un análisis puede mostrar en su relación. Es un todo holista.
[8] Una y otra vez es necesario insistir en la diferencia entre el ser del ser ahí y el ser de los entes que no tienen la forma de ser del “ser ahí”, que Heidegger llama –en el contexto del análisis teórico– “ser ante los ojos”.
[9] Para avanzar en el comentario, y por haber sido tratado ya en otro lugar, no entraremos aquí en el tema de la facticidad como distinta de la efectividad. Baste aquí aclarar –para el desarrollo de temas posteriores– que el “ser ahí” tiene también su espacialidad existenciaria, su “ser en el espacio” pero «sobre la base del “ser en el mundo” en general» [ST69], del habitar comprendiendo.
[10] «La significatividad misma, con la que el “ser ahí” es familiarizado en cada caso ya, alberga en sí la condición ontológica de la posibilidad de que el “ser ahí” que comprende pueda, como “ser ahí” que interpreta, abrir lo que se dicen “significaciones”, que por su parte fundan el posible ser de la palabra y el lenguaje» [ST102].
[11] «Este “adonde” de la posible pertinencia de los útiles, tenido desde un principio a la vista por el “ver en torno” del “andar en torno” “curándose de”, es lo que llamamos el “paraje”» [ST118]. «Al no dar con algo en su sitio se vuelve a menudo expresamente accesible por primera vez el paraje del sitio en cuanto tal» [ST119].
[12] «El “ser solo” es un modo deficiente del “ser con”, su posibilidad es la prueba de la realidad del último» [ST137].
[13] En el §27 de El ser y el tiempo resuena con fuerza el Nietzsche más lúcido: «¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio». Nietzsche, Friedrich, Así hablo Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, Alianza, Madrid, 1990, p.39 (Prólogo de Zaratustra, §5).
[14] Para entender el enfoque heideggeriano, es decisivo no perder de vista que cada uno de los existenciarios definidos pueden darse también en sus modos deficientes, como renuncias a la responsabilidad de empuñar el propio ser que en cada caso soy yo mismo.
[15] «En este “no sorprender”, antes bien resultar inapresable, es donde despliega el “uno” su verdadera dictadura» [ST143].
[16] «Todo lo original es aplanado […] Todo misterio pierde su fuerza. Esta cura del término medio desemboza una nueva tendencia esencial del “ser ahí”, que llamamos el “aplanamiento” de todas las posibilidades de ser» [ST144].
[17] Sin embargo, este “uno” no es una nada, sino completamente fáctico (y tenido por «”el sujeto más real” de la cotidianidad» para una mirada no prevenida), un existenciario constitutivo del “ser ahí”.
[18] «La “mismidad” del “sí mismo” existente propiamente está, entonces, separada por un abismo ontológico de la identidad del yo que se mantiene en medio de la multiplicidad de vivencias» [ST147].
[19] «En el estado de ánimo es siempre ya “abierto” afectivamente el “ser ahí” como aquel ente a cuya responsabilidad se entregó al “ser ahí” en su ser como el ser que el “ser ahí” ha de ser existiendo. “Abierto” no quiere decir conocido en cuanto tal» [ST152].
[20] «En el “estado de proyectado” de su ser sobre el “por mor de qué”, a una con el “estado de proyectado” sobre la significatividad (mundo), reside el “estado de abierto” del ser en general» [ST165].
[21] En El ser y el tiempo, lo abierto es la interpretación según la cual el “ser ahí” es en la forma de “ser en el mundo”, y no la nada que la angustia abre en ¿Qué es metafísica?. El apreciar suficientemente este matiz requiere de un estudio que no tiene cabida aquí.
[22] «Las habladurías preservan incluso del peligro de fracasar en semejante apropiación. Las habladurías, con las que puede arramblar cualquiera, no sólo desligan de la obligación de llegar a un genuino comprender, sino que desarrollan una indiferente comprensibilidad a la que nada le es ya cerrado» [ST188].
[23] «se concibió el “ver” en el sentido de la genuina apropiación de los entes relativamente a los cuales puede conducirse el “ser ahí” conforme a sus esenciales posibilidades de ser» [ST190].
[24] De nuevo cabe insistir en que el enfoque de Heidegger es ontológico y no moral ni genealógico: no hay constancia de estados ideales ni de estados primitivos desde los que se produzca la caída.
[25] Este modo de ser trae a la mente el personaje del Autodidacto de La Náusea de Jean-Paul Sartre.
[26] «La angustia, como posibilidad del ser del “ser ahí” y a una con el “ser ahí” mismo abierto en ella, da la base fenoménica para apresar en forma explícita la totalidad original del ser del “ser ahí”. Este ser se desemboza como “cura”» [ST202].
[27] Evidentemente, la fuga, el desvío de sí, es óntico-existencial, ya que desde el punto de vista ontológico-existenciario el “ser ahí” es siempre ahí.
[28] Todavía estoy trabajando en una aclaración convincente de lo que Heidegger mienta con él. De momento mantengo la impresión de que aquí El ser y el tiempo entra en un círculo que no es hermenéutico.
[29] Como escribía Hegel en la Fenomenología del Espíritu: «Pero la vida del espíritu no es la vida que se asusta ante la muerte y se mantiene pura de la desolación, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella. El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento». Hegel, G.W.F., Fenomenología del Espíritu, FCE, México, 2007, p.24.

METAFÍSICA, TRASCENDENCIA Y EXISTENCIA EN LA FILOSOFÍA DE MARTIN HEIDEGGER


Lo que en el fáctico “estado de interpretado” del “ser ahí” es ónticamente
tan conocido que ni siquiera nos fijamos en ello, alberga en sí bajo el
punto de vista ontológico-existenciario enigma sobre enigma[1]

Todo lo que esencia […] se mantiene en todas partes oculto el mayor tiempo posible.
Sin embargo, desde el punto de vista de su prevalecer, lo que esencia es de tal suerte que
precede a todo: lo más temprano […] Para el hombre, lo inicialmente temprano es lo
último que se muestra. De ahí que en la región del pensar, un esfuerzo por pensar del todo,
de un modo aún más inicial, lo pensado inicialmente, no sea una voluntad insensata de
renovar lo pasado sino la sobria disposición a asombrarse ante la venida de lo temprano[2].

Las citas que abren este texto, procedentes de El Ser y el Tiempo y del artículo La pregunta por la técnica, de Martin Heidegger, son una precisa expresión del camino del pensar heideggeriano: en nuestra comprensión de término medio se nos muestra primero lo que en el orden filosófico es lo último[3], lo derivado, lo más superficial, y sólo mediante desvelamientos sucesivos podemos acceder a lo originario, a la condición de posibilidad de lo que inicialmente aparecía. El pensar propiamente es, entonces, un continuo ejercicio de paso atrás en busca de los supuestos de cualquier concepción, abandonando las perspectivas tanto de lo comprensible de suyo como de la teoría del conocimiento, a favor de un punto de vista más radical: el ontológico-existenciario.
En el caso que nos ocupa –el esclarecimiento de la articulación de existencia y metafísica a través de la idea de trascendencia– también encontramos primero una correspondencia accesible conceptualmente, que es posible por una relación más profunda (originaria, temprana, inicial, estructural) que un pensar del todo, hasta las últimas consecuencias, debería ser capaz de desocultar. Ahora bien, dado que la metafísica se ha ocupado tradicionalmente de la ontología, en la filosofía heideggeriana este desvelamiento de la relación entre existencia y metafísica tiene algo de circular, ya que afecta directamente al propio punto de vista ontológico-existenciario.
Surgen por tanto ante nosotros, irremediablemente entrelazadas, una serie de cuestiones que es preciso tematizar antes de continuar con el camino emprendido: ¿cuál es la analogía óntica-existencial entre filosofía y hombre? ¿Qué significan en el pensamiento de Heidegger los términos metafísica, existencia y trascendencia? ¿Cuál es la novedad de la ontología heideggeriana, del punto de vista ontológico-existenciario que cierra todos nuestros párrafos? Destejer este laberinto en el que todas estas preguntas se enredan en torno a la noción de existencia requiere una aproximación sucesiva alejada del esclarecimiento lineal demostrativo. No hay un hilo de Ariadna, sino un continuo errar –en ambos sentidos del término– que forma parte de manera insalvable del propio tema que se trata. La existencia está tanto al principio como al final: ella es el propio laberinto en el que siempre estamos ya.
Un posible recorrido comienza por explicitar la comprensión de la filosofía que podríamos calificar, abusando de la terminología heideggeriana, como de término medio, para después descubrir los supuestos ocultos que operan en ella mediante la estrategia lógica del paso atrás[4]. Simétricamente, después debería ser posible explicar reconstructivamente, desde lo ganado en este pensar radical, las analogías recurrentes que se dan entre la filosofía y el hombre.
Así, la relación entre filosofía y hombre que es comprensible de suyo está presente ya en el gesto que da comienzo a la filosofía misma: la mayéutica, el preguntar socrático. En él se hace visible que la filosofía nace en correspondencia con la vida de los hombres[5], con una necesidad de elaborar la perplejidad que les produce el inquietante no saber, en especial a propósito del ser del hombre mismo. Este primer movimiento de la filosofía es ya un trascender[6], que aquí pretende desbordar los límites del saber establecido, de lo dado por conocido –del prejuicio en la creencia–, poniendo a la vista la falta de rigor de los supuestos básicos de la cultura (sofista) del momento. La filosofía que desarrolla este preguntar (qué es el bien, lo bueno, lo verdadero) va a la búsqueda de un saber fundamentado, de un suelo firme (grund) sobre el que construir el edificio del conocimiento, interrogando por el qué es –esencia– de cada cosa que es –existente– desde la razón humana. La parte de la filosofía en que se trata de estos fundamentos, de los principios básicos de la realidad, es la metafísica.
Tradicionalmente, la metafísica se ha ocupado principalmente de dos temas: la ontología (del ente en cuanto ente) y la teología (el ser pensado como ente supremo, como causa primera de la realidad). Ahora bien, para Heidegger, la metafísica así planteada –estructura onto-teológica incapaz de ver la diferencia óntico-ontológica[7]– no alcanza lo radical, ya que la búsqueda del fundamento planteada desde la razón deriva en un regreso al infinito de la fundamentación (horizontal) que sólo puede ser detenido lógicamente mediante la introducción de un ente supremo (vertical) que actúe como causa primera.
Para evitar esta lógica perversa, Heidegger introduce, con El ser y el tiempo, un cambio de perspectiva desde el qué es hacia el que es –desde la esencia a la existencia–, que, basada en la premisa de que el ente que es capaz de la pregunta metafísica no es un ente cualquiera, sino un señalado ente que ya comprende el sentido del ser, le permite retroceder hacia algo más originario que la razón (no tanto irracional como prerracional), hacia un modo de relacionarse con las cosas que sea distinto del ver teórico[8]. Esta precomprensión es originaria tanto en sentido de anterior como también de fundamento: de ella brota la posibilidad misma del preguntar y del forjar conceptos[9].
El movimiento de desfundamentación que Heidegger opera sobre la metafísica (elimina la causa primera, la teología[10], reduciendo la metafísica a ontología) al situar la comprensión (sin fundamentación) como origen de la posibilidad del conocimiento (fundamentado racionalmente) discurre en paralelo a la desfundamentación del propio hombre, al que se priva de “naturaleza” con la posición de un modo de ser del hombre también original con respecto a la noción de sujeto (racional): el Dasein, traducido por José Gaos como “ser ahí”­­, determinado por la existencia. Este ente queda señalado porque en su comprender el ser le va su ser mismo: es el ente capaz de preguntar, precisamente porque ya siempre es comprendiendo. La esencia del hombre es la existencia, su qué es es que es.
De este modo, queda trazada la diferencia esencial que establece la filosofía de Heidegger, entre el existente –el “ser ahí”– y los demás entes que no necesitan ser ellos mismos, que propone nuevos modos de ser, los existenciarios, distintos de las categorías que hasta ahora habían dominado la metafísica: «Existenciarios y categorías son las dos posibilidades fundamentales de caracteres del ser. Los entes respectivos requieren que se les pregunte primariamente en cada caso de distinto modo: un ente es un “quién” (existencia) o un “qué” (“ser ante los ojos” en el sentido más lato)» [ST57].
En el “ser ahí” se borra la diferencia entre lo óntico (relativo al ente) y lo ontológico (relativo al ser del ente): es el ser ónticamente ontológico, el ente señalado («El “ser ahí” funciona como el ente al que hay que preguntar sobre su ser con fundamental anterioridad» [ST24]) que comprende el ser en su existir. El ser ahí se comprende a sí mismo a través de su existencia –una responsabilidad óntica del “ser ahí”– dilucidada en el existir mismo: es la comprensión “existencial”. Ahora bien, es posible un preguntar teoréticamente por la estructura ontológica de la existencia, es decir, una comprensión “existenciaria” de la constitución del ser del ente que existe.
Llegados hasta aquí, queda claro cuál es la especificidad del punto de vista ontológico-existenciario como análisis teórico capaz de dar cuenta radicalmente de la especial posición óntico-existencial del hombre; y también cuál es el proyecto filosófico heideggeriano: «La filosofía es la ontología universal y fenomenológica que parte de la hermenéutica del “ser ahí”, la que a su vez, como analítica de la existencia, ata el cabo del hilo conductor de toda cuestión filosófica allí donde toda cuestión filosófica surge y retorna» [ST49]. Se ha desvelado el fondo de la relación entre metafísica y existencia en el pensar heideggeriano: la metafísica surge de la especial situación del hombre, de su existencia como “ser ahí”, y retorna al mismo como tema fundamental de la misma.
Con esto hemos ganado la comprensión de la relación entre existencia y metafísica –como análisis de la estructura de la existencia–. Para desvelar cómo esta relación es articulada por la trascendencia, será preciso entrar filosóficamente en la estructura fundamental de la existencia del “ser ahí” hasta descubrir su sentido existenciario en la “cura” o preocupación (Sorge), en la caracterización de la existencia humana como proyecto. Para ello será necesario realizar en primer lugar un recorrido por El ser y el tiempo, obra en la que Heidegger tematiza la existencia en este sentido, para después, con lo ganado aquí, acceder a la articulación de la existencia con la metafísica en torno a la común falta de fundamento desarrollada en ¿Qué es metafísica?[11].
Antes de adentrarse en la “cura” como unidad del todo estructural del ser “ahí”, en El ser y el tiempo Heidegger realiza un análisis de los constituyentes igualmente originarios de esta estructura total. No es este el lugar para una exposición detallada de los mismos, por lo que de los existenciarios resultantes de esta investigación de los elementos (con igual originalidad) de esta estructura total que es el “ser en el mundo”[12] –el “ser cabe el mundo” (“curarse de”), el “ser con” (“procurar por”), el “ser sí mismo” (“quién”) y el “ser en” (“encontrarse”, “comprender” y “habla”)– pasamos directamente al “ser en”.
En el análisis del “ser en” como esencial “estado de abierto”, al estudiar el “encontrarse” (la apertura afectiva del mundo), Heidegger presenta la condición de Geworfen, que Gaos traduce como “estado de yecto” del “ser ahí” en su “ahí”[13] (y Rivera traduce como condición de arrojado de este ente en su Ahí), y junto a él la idea de “facticidad”[14], como carácter existenciario de lo absolutamente contingente. Igualmente, al estudiar el “comprender” es abierta la significatividad –fundada en el “por mor de qué”–, pero sobre todo «la forma de ser del “ser ahí” como “poder ser”. El “ser ahí” no es algo “ante los ojos” que posea además como dote adjetiva la de poder algo, sino que es primariamente “ser posible”. El “ser ahí” es en cada caso aquello que él puede ser y tal cual él es su posibilidad» [ST161] (evidentemente aquí se incluye la posibilidad del ser por mor de sí mismo). Esta posibilidad, este “ser posible”, que es radicalmente diferente de la vacía posibilidad lógica, es la más original determinación ontológica del “ser ahí”. Uniendo el “estado de yecto” y el “ser posible”, tenemos que el “ser ahí” es «posibilidad yecta» [ST161], es responsabilidad y por tanto capaz de perderse.
El comprender abre al “ser ahí” sus posibilidades porque tiene la estructura existenciaria de la “proyección”: «el “ser ahí” se comprende siempre ya y siempre aún, mientras es, por posibilidades […] El comprender es, en cuanto proyectar, la forma de ser del “ser ahí” en que éste es sus posibilidades en cuanto posibilidades. En razón de la forma de ser constituida por el existenciario de la proyección, es el “ser ahí” constantemente “más” de lo que es efectivamente» [ST163]. La estructura de la proyección en cierto modo nos anticipa ya la conexión con la idea de trascendencia que andábamos buscando en la “cura”: puesto que el “ser ahí” se comprende a sí mismo como posibilidades de ser –esto o lo otro–, como proyecto, está siempre más allá de, es decir, trascendiendo, lo que él mismo efectivamente es como cosa presente –tanto en el sentido temporal de ahora como en el sentido gnoseológico de “ante los ojos".
Ahora bien, esta proyección puede hacerse sobre la comprensión inmediata y regular del mundo[15] (comprender impropio) o bien sobre el sí mismo (comprender propio). En la comprensión impropia, aunque genuina, tiene lugar la interpretación, y junto a ella el fenómeno del sentido como un existenciario del ser ahí articulado en el habla: «tiene que concebirse el sentido como la armazón existenciario-formal del “estado de abierto” inherente al comprender […] Sólo el “ser ahí” puede, por ende, tener sentido o carecer de él» [ST170]. El comprender e interpretar del “ser ahí” cotidiano, en la forma de ser del “uno”, se mueven dentro de lo que Heidegger llama el “estado de interpretado” (“habladurías”, “avidez de novedades” y “ambigüedad”) del “ser ahí”, que «regula y distribuye las posibilidades del comprender del término medio y del correspondiente encontrarse» [ST187], y al cual resulta imposible sustraerse. Contra él se desarrolla el genuino comprender, pero inmediata y regularmente cierra el “estado de interpretado” el comprender en el modo del desarraigo, que constituye la cotidiana realidad del “ser ahí”: «En lo comprensible de suyo y seguro de sí del “estado de interpretado” del término medio está, empero, entrañado que gracias a su amparo le permanezca oculta al “ser ahí” mismo del caso la “inhospitalidad” de ese flotar en el aire en que puede volar hacia una creciente falta de base» [ST189].
Va así apareciendo ya la idea de que los fenómenos de significatividad y sentido cotidianos funcionan como un suelo falso que esconde al hombre su verdadera falta de fundamento último, de una base explicativa independiente de su propio existir proyectándose y trascendiéndose. La historia de la metafísica tradicional no sería más que un intento de elaboración conceptual de este ocultamiento, y la perspectiva ontológico-existenciaria la manera de ponerlo a la vista.
En su estado cotidiano, el “ser ahí” se encuentra absorbido en el mundo del que se ocupa, perdido en la publicidad del “uno”, olvidado de sus posibilidades más propias: es el “estado de caído”, la caída del “ser ahí” en el “no ser él mismo”, en un extrañador aquietamiento (radicalmente distinto de la inactividad) en el ser impropio que no necesita del comprender encontrándose propio. De todo esto resulta el derrumbamiento[16] en la falta de base del ser impropio en el uno, que aleja al “ser ahí” de su ser propio hacia el “torbellino” de la vida concreta. Ahora bien, «el “ser ahí” sólo puede caer porque le va el “ser en el mundo” encontrándose y comprendiendo. Y a la inversa, no es la existencia propia nada que flote por encima de la cotidianidad cadente, sino existenciariamente sólo un modificado empuñar ésta» [ST199].
Con el análisis realizado hasta aquí, según el cual el “ser ahí” es en la forma de ser de la condición de arrojado (yecto), es decir, es sus posibilidades mismas y se proyecta en (se comprende en y por) ellas, ya podemos acceder a la cura, la preocupación (Sorge), como el todo que da unidad al “ser en el mundo”. Es en la preocupación, y no al revés, donde se fundan los fenómenos de la voluntad, el deseo, la inclinación y el impulso. El encontrarse, el estado de ánimo, que abre la comprensión de esta unidad de la cura es la angustia[17], que elimina la significatividad, la posibilidad de comprenderse por el mundo y el público estado de interpretado, arrojando al “ser ahí” contra su poder ser propio singularizado, contra su responsabilidad de elegirse y empuñarse a sí mismo. Una vez puesta de manifiesto la falta de base, el no-ser, de la cotidianidad, queda a la vista para el “ser ahí” la inhospitalidad (“no en su casa”) que propiamente lo constituye: «hay que concebir el “no en su casa” como el fenómeno más original bajo el punto de vista ontológico existenciario» [ST210].
Desde el primer esbozo del análisis de la existencia [ST53], Heidegger presentaba al “ser ahí” como «un ente al que en su ser le va este mismo» [ST212]. La aclaración ontológica de este «le va» como proyección de posibilidades abre lo que Gaos traduce como estructura del “pre-ser-se” (y Rivera como anticiparse-a-sí): «el “se ahí” es para sí mismo en su ser y en cada caso ya previamente. El “ser ahí” es siempre ya “más allá de sí”, no como un conducirse relativamente a otros entes que él no es, sino como “ser relativamente al ‘poder ser’” que es él mismo» [ST212]. Por supuesto, esta estructura se refiere siempre a un “ser-ya-en el mundo”, el existir es siempre fáctico y absorbido en el mundo, cadente “ser cabe” huyendo de la inhospitalidad. Con esto, ya puede Heidegger enunciar el significado ontológico de Sorge (cura en Gaos, cuidado en Rivera): «“pre-ser-se-ya-en (el mundo) como ser-cabe (los entes que hacen frente dentro del mundo)”» [ST213] [18].
Esta estructura existenciaria, la cura, es ontológicamente original, es un a priori de cualquier posición y conducta, ya sea ésta teórica o práctica –el tema del vivir óntico sólo puede desarrollarse a partir de la cura, tiene en ella su raíz–. El resto de análisis filosóficos son derivados de la perspectiva ontológico-existenciaria: «la imposibilidad de concebir al ente de la forma de ser del “ser ahí” por la “realidad” ni la sustancialidad es lo que hemos enunciado con la tesis: la sustancia del hombre es la existencia» [ST233].
La estructura de la cura, sin embargo, no queda completa sin considerar su temporalidad: «en el “ser ahí” siempre “falta” aún algo que como “poder ser” de él mismo no se ha hecho real todavía» [ST258]. El “ser ahí” siempre está inconcluso, nunca está entero, nunca es una totalidad (pero no en el sentido en que una fruta todavía no está madura): con la perspectiva de la temporalidad, de que el ser es tiempo, se abre la filosofía de la finitud, como imposibilidad de plenitud[19], y sobre todo la posibilidad más extrema y a la vez más propia –la muerte–. De nuevo la angustia es el estado de ánimo capaz de abrir la amenaza de la muerte: «Todo comprender es un encontrarse. El estado de ánimo pone al “ser ahí” ante el “estado de yecto” de su “hecho de que es ahí”. Mas el encontrarse capaz de mantener patente la amenaza constante y absoluta que para el ser más peculiar y singularizado del “ser ahí” asciende de este mismo, es la angustia. En esta se encuentra el “ser ahí” ante la nada de la posible imposibilidad de su existencia […] El “ser relativamente a la muerte” es en esencia angustia» [ST289-290][20].
Esta angustia ante la posibilidad de no ser que representa la muerte, sin embargo no es el único lugar en que se hace patente la falta de fundamento que amenaza la existencia. También en el fenómeno de la conciencia como vocación de la cura, la inhospitalidad de la singularización yecta persigue al “ser ahí” y “amenaza su estado de perdido” olvidado de sí mismo. En la vocación de la conciencia surge el tema de la deuda y del existenciario ser deudor como «ser el fundamento de un ser determinado por un “no” –es decir, “ser el fundamento” de un “no ser”» [ST308-309]. El carácter de este “no” es el de no ser por sí mismo, sino despedido a sí mismo para ser como ser del fundamento. La proyección, y en consecuencia la cura, como elegir una posibilidad y no las otras posibilidades abiertas, está atravesada –constitutivamente, y no como deficiencia por respecto a un ideal– por el “no ser”.
«El sentido del ser del “ser ahí” no es otra cosa, que flote en el vacío y “fuera” de él mismo, sino el “ser ahí” mismo, que se comprende a sí mismo» [ST352]. El hombre, por tanto, como ente arrojado –es decir, sin origen ni destino– es en su existir comprendiendo el ser el fundamento de sí mismo, o, lo que es lo mismo, no hay un ente otro que sea el fondo sobre el que su existir se haga posible y al que se pueda referir en busca de estabilidad. Para ser ha de ser, trascenderse poniéndose a sí mismo como soporte de sí mismo, empuñar su ser como único asidero propiamente posible.
Como ya se había adelantado, el sentido (como fondo sobre el que se hace posible) de la cura propia es la temporalidad: «La temporalidad hace posible la unidad de la existencia, la facticidad y la caída, constituyendo así originalmente la totalidad de la estructura de la cura […] La temporalidad es el original “fuera de sí” en y para sí mismo. Llamamos, por ende, a los caracterizados fenómenos del advenir, el sido y el presente los “éxtasis” de la temporalidad» [ST356]. La temporalidad, por tanto, como condición de posibilidad[21] de la estructura de la cura, del proyectarse fuera de sí en lo que todavía no es y puede no ser, es el sentido mismo de la trascendencia que somos. Por ello, el tiempo decisivo de la trascendencia es el futuro: «el advenir tiene una primacía dentro de la unidad extática de la temporalidad original y propia […] El fenómeno primario de la temporalidad original y propia es el advenir» [ST357]. Y por ello la finitud es la característica definitoria de la temporalidad original (mientras que el tiempo del ahora infinito[22] es impropio, una ocultación de la inhospitalidad): «el advenir propio y original es el “a sí”, a , existiendo como la irrebasable posibilidad del “no ser” […] El “advenir a sí” propio y original es el sentido del existir en el “no ser” más peculiar» [ST357].
Ya queda abierta la comprensión de la relación entre existencia y trascendencia en torno a la idea de un “poder ser” propio que no busca su fundamento fuera de sí, sino en sí mismo. La trascendencia se revela entonces como un ir más allá del “no ser”, de la insignificatividad de los entes del mundo en que nos absorbemos (de lo que llamamos realidad), para existir en la comprensión del ser que somos nosotros mismos (la existencia): «La insignificatividad del mundo abierta en la angustia desemboza el “no ser” de lo susceptible de que se cure de ello, es decir, la imposibilidad del proyectarse sobre un “poder ser” de la existencia fundado primariamente en aquello de que se cura. El desembozar esta imposibilidad significa, empero, un alumbrar la posibilidad de un “poder ser” propio» [ST371-372]; «La angustia libra de las posibilidades encintas de “no ser” y permite quedar libre para las propias» [ST373].
Lo ganado hasta aquí, en la lectura de El ser y el tiempo, es esto: la existencia, como ser fundamento y fundamentado más allá de la presente –en sus dos sentidos– realidad[23] de los entes, es trascendencia.
Llegados a este punto, es momento de recorrer la conferencia ¿Qué es metafísica?, ya en busca de la articulación original que Heidegger ofrece de sus conceptos de existencia y metafísica a través del de trascendencia. Este texto no se construye en torno a la existencia, sino a la nada, presentada inicialmente como aquello de lo que prescinde la ciencia, que absorbida en lo ente «no quiere saber nada de la nada» [QM18]. El ser y el tiempo ya nos había presentado la nada como la posibilidad de “no ser” abierta por el encontrarse fundamental de la angustia, y ¿Qué es metafísica? incide de nuevo sobre este abrir a partir de la experiencia, más originario que el conocer del entendimiento.
En la angustia desaparecen los apoyos, las referencias intramundanas, y se revela la nada en la que «estamos suspensos» [QM27]. La angustia, al eliminar la significatividad del mundo por relación a la cual nos comprendemos impropiamente, nos deja ante la desnuda existencia que propiamente somos. La angustia, por tanto, lleva «a cabo la transformación del hombre en su ser-aquí», es decir, sitúa al hombre óntico ante su ser ontológico, ante su propia condición de posibilidad.
La presentación de la nada se produce «a una» con lo ente en su totalidad, precisamente como el desaparecer, el escaparse, de lo ente en su totalidad. «Este remitir que rechaza […] es la esencia de la nada: el desistimiento» [QM24], el cual abre lo ente como tal en su originalidad: es ente y no nada. Lo originario, lo primario es la nada, y lo derivado, lo abierto por ella, es el ente.
Así, «ser-aquí significa: estar inmerso en la nada. Estando inmerso en la nada, el Dasein está siempre más allá de lo ente en su totalidad. Este estar más allá de lo ente es lo que llamamos trascendencia» [QM31-32]. Es la nada, su desistir, lo que permite que se nos manifieste lo ente. «El estar inmerso en la nada del Dasein sobre el fundamento de la angustia escondida es la superación de lo ente en su totalidad: la trascendencia» [QM37].
Y aquí se enredan los dos hilos conductores de la existencia y la metafísica. Precisamente la metafísica es el preguntar más allá de lo ente, la pregunta por su sobrepasamiento, que ocurre en la pregunta por la nada como perteneciente al ser de lo ente. «El ir más allá de lo ente ocurre en la esencia del Dasein. Pero es que este ir más allá es la propia metafísica. Es eso lo que explica y determina el que la metafísica forme parte de la ‘naturaleza del hombre’ […] La metafísica es el acontecimiento fundamental del Dasein. Es el Dasein mismo» [QM42].
Ahora bien, esta relación entre existencia y metafísica –como preguntar teórico por la existencia– no es simétrica, sino que da prioridad a la existencia. Por un lado, la existencia no necesita del comprender existenciario (teórico) y para ser le basta con la comprensión existencial: «La cuestión de la existencia nunca puede liquidarse sino por medio del existir mismo. La comprensión de sí mismo que lleva la dirección en esto la llamamos “existencial” […] Para liquidarla no se ha menester de “ver a través” teoréticamente de la estructura ontológica de la existencia» [ST22]. Por otro lado, el comprender existenciario necesita inexcusablemente de la precomprensión del ser y de la existencia óntica misma: «La analítica existenciaria, por su parte, tiene en último término raíces existenciales, es decir, ónticas. Sólo tomando el preguntar filosófico mismo existencialmente o como posibilidad de ser del “ser ahí” existente en cada caso, hay la posibilidad de que se abra la existenciariedad de la existencia y la posibilidad de atacar los problemas ontológicos con suficiente fundamento» [ST23].
Por tanto, lo originario es la existencia trascendente, de donde todo surge y a donde todo retorna, y lo derivado la filosofía: «El ser y su estructura están por encima de todo ente y de toda posible determinación de un ente que sea ella misma ente. El ser es lo transcendens pura y simplemente. La transcendencia del ser del “ser ahí” es una señalada transcendencia, en cuanto que implica la posibilidad y la necesidad de la más radical individuación. Todo abrir el ser en cuanto transcendens es conocimiento trascendental. La verdad fenomenológica (“estado de abierto” del ser) es veritas trascendentalis […] La filosofía es la ontología universal y fenomenológica que parte de la hermenéutica del “ser ahí”, la que a su vez, como analítica de la existencia, ata el cabo del hilo conductor de toda cuestión filosófica allí donde toda cuestión filosófica surge y retorna» [ST48-49][24].
Una vez hemos accedido a la relación ontológico-existenciaria entre existencia y filosofía a través de la trascendencia, se puede emprender el viaje de vuelta y comprender en base a ella la relación óntico-existencial entre hombre y filosofía.
Cobra ahora sentido la trascendencia del presente que supone el carácter de inactualidad, de intempestividad, de la filosofía, que -utilizando la expresión de Hegel- como el búho de Minerva sólo levanta su vuelo al atardecer. Cobra también sentido la trascendencia de la utilidad que representa el «quehacer» filosófico. También la autonomía como pretensión de la filosofía de trascender todos los supuestos. Y la trascendencia de los códigos científicos, las reglas del experimento, para abrirse a la experiencia vital. Y el trascender lo académico, para surgir como vocación. Y el trascender las propias definiciones sobre qué sea filosofía: como la vida sólo acontece en el existir, la filosofía sólo se hace posible en el propio filosofar. Contagiada del carácter arrojado de la existencia, del trascender los fundamentos (origen y telos) no hay una introducción a la filosofía, en la filosofía ya siempre se está: es nuestra manera de desocuparnos para mirar al hueco que somos, de asomarnos al abismo sobre el que nos sostenemos.



[1] Heidegger, Martin, El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2001, p.401. Traducción de José Gaos. En lo que sigue, por lo conocido del texto, se explicitará sólo la paginación de las citas literales, mediante la abreviatura ST.
[2] Heidegger, Martin, La pregunta por la técnica, en Conferencias y artículos, Ediciones de Serbal, Barcelona, 2001, p.21.
[3] En este sentido se puede leer la cita de Hegel que hace Heidegger en ¿Qué es metafísica?, Alianza Editorial, Madrid, 2009, p.13: «Según Hegel –desde el punto de vista del sano sentido común- la filosofía es el “mundo al revés”».
[4] «en todo ver errado hay desembozadas también indicaciones acerca de la “idea” original del fenómeno» [ST306].
[5] La Metafísica de Aristóteles comienza con las conocidas palabras: «Todos los hombres por naturaleza desean saber» (traducción de Tomás Calvo).
[6] Para el sentido del término trascender se utiliza la definición dada por Kant –aunque para denunciar una ilusión–: «Entiendo por verdaderos principios trascendentes aquellos que nos incitan a derribar todos los postes fronterizos y a adjudicarnos un territorio nuevo que no admite demarcación alguna». Kant, Immanuel, Crítica de la Razón Pura, Taurus, Madrid, 2005, p.299. (A296/B352).
[7] «El ser de los entes no “es” él mismo un ente» [ST15].
[8] «Nos movemos ya siempre en cierta comprensión del ser […] Esta comprensión del ser, de “término medio” y vaga, es un factum» [ST15].
[9] «el comprender en general […] no es un tener noción oriundo de un proceso de conocimiento, sino una forma de ser originalmente existenciaria que hace posible todo conocimiento y noción» [ST140].
[10] «La afirmación de “verdades eternas”, así como la confusión de la “idealidad” fenoménicamente fundada del “ser ahí” con un sujeto absoluto ideado, cuentan entre los restos de teología cristiana que quedan dentro de los problemas de la filosofía y se hallan aún muy lejos de estar radicalmente eliminados de estos problemas» [ST251].
[11] Heidegger, Martin, ¿Qué es metafísica?, Alianza, Madrid, 2009. En lo que sigue se explicitará sólo la paginación de las citas literales, mediante la abreviatura QM.
[12] «“Ser” como infinitivo del “yo soy”, es decir, comprendido como existenciario, significa “habitar cabe…”, “ser familiarizado con…” “Ser en” es, según esto, la expresión existenciaria formal del ser del “ser ahí”, que tiene la esencial estructura del “ser en el mundo”» [ST67], «se usa la expresión “curarse de” en la presente investigación como un término ontológico (un existenciario) para designar el ser de un posible “ser en el mundo” […] el “ser ahí” es ontológicamente comprendido, “cura”. Por ser esencialmente inherente al “ser ahí” el “ser en el mundo”, es su “ser relativamente al mundo” en esencia “curarse de” […] No es que el hombre “sea” y encima tenga un óntico habérselas relativamente al “mundo”, el cual se agregaría el hombre a sí mismo ocasionalmente. El “ser ahí” no es nunca “inmediatamente” un ente exento de “ser en”» [ST69-70].
[13] «Este carácter del “ser ahí”, embozado en cuanto a su de dónde y su adónde, pero tanto menos embozado en sí mismo, antes bien “abierto”, este “que es”, lo llamamos el “estado de yecto” de este ente en su “ahí”, de tal suerte que en cuanto es un “ser en el mundo”, es el “ahí”. La expresión “estado de yecto” busca sugerir la facticidad de la entrega a la responsabilidad. El “que es y ha de ser” “abierto” en el “encontrarse” del “ser ahí” no es ese “que es” que se expresa ontológico-categorialmente en la “efectividad” inherente al “ser ante los ojos”» [ST152].
[14] «La efectividad del factum “ser ahí”, factum que es en cada caso cada “ser ahí”, la llamamos su “facticidad” […] El concepto de facticidad encierra en sí el “ser en el mundo” de un ente “intramundano”, de tal suerte que este ente pueda comprenderse como siendo su “destino” estar vinculado con el ser de los entes que le hacen frente dentro del mundo que es peculiar de él» [ST68].
«La “facticidad” no es la “efectividad” del factum brutum de algo “ante los ojos”, sino un carácter del ser del “ser ahí” acogido en la existencia, aunque inmediatamente repelido» [ST152].
[15] «Llamamos a la forma de ser media del “ser ahí”, en que éste se mantiene inmediata y regularmente, la cotidianidad» [ST359].
[16] «Los fenómenos señalados, de la tentación, el aquietamiento, el extrañamiento y el enredarse en sí mismo, caracterizan la específica forma de ser de la caída. Llamamos a este “estado de movimiento” del “ser ahí” en su ser peculiar, el “derrumbamiento”. El “ser ahí” se derrumba de sí mismo en sí mismo, en la falta de base y el “no-ser” de la cotidianidad impropia. Pero este derrumbamiento le resulta oculto por obra del público “estado de interpretado”, dado que resulta interpretado como “exaltación” y “vida concreta”» [ST198].
[17] Puesto que la angustia es objeto de análisis en otro lugar no se incide aquí sobre su importante papel.
[18] «anticiparse-a-sí-estando-ya-en-(el-mundo-) en-medio-de (el ente que comparece dentro del mundo)» en la traducción de Rivera.
[19] «el finar como concluirse no encierra en sí el llegar a la plenitud» [ST267]
[20] En el mismo sentido, en [ST301] podemos leer: «La inhospitalidad se desemboza propiamente en el fundamental encontrarse de la angustia, y en cuanto “estado de abierto” más elemental del “ser ahí” yecto pone al “ser en el mundo” de éste ante la nada del mundo, ante la cual se angustia el “ser ahí” en la angustia por el más peculiar “poder ser”».
[21] «La unidad extática de la temporalidad, es decir, la unidad del “fuera de sí” en los éxtasis del advenir, el sido y el presente, es la condición de posibilidad de que sea un ente que existe como su “ahí”» [ST379].
[22] «La temporalidad horizontal-extática se temporacía primariamente desde el advenir. La comprensión vulgar del tiempo, por lo contrario, ve el fenómeno fundamental del tiempo en el ahora» [ST460].
[23] “realidad” en el sentido de “ante los ojos”.
[24] Así, en mi opinión, sólo la existencia mantiene su carácter de arrojada, de tener oculto el origen y el destino, de carecer de fundamento, mientras que la filosofía-metafísica encuentra su suelo en la existencia misma, por más que esta penda sobre la nada.