miércoles, 8 de julio de 2009

LOST IN TRANSLATION (NOTAS PARA "A PROPÓSITO DE FOCAULT")

Se habría ganado bastante si habitar y construir entraran en lo que es digno de

ser preguntado y de este modo quedaran como algo que es digno de ser pensado.

Construir y pensar son siempre, cada uno a su manera, ineludibles para el

habitar. Pero al mismo tiempo serán insuficientes para el habitar mientras

cada uno lleve lo Suyo por separado en lugar de escucharse el uno al otro[1].

Estamos tan perdidos que pocas cosas nos hablan mejor del mundo que la imagen del laberinto; y no deja de ser paradójico que nosotros, los arquitectos, nos sintamos Teseo y no Dédalo. Pero salir del laberinto depende de la memoria y le está dado sólo a aquél que re-cuerda (retorna por la cuerda), que es capaz de seguir el hilo hasta el origen donde fue atado, hasta el umbral donde Ariadna nos espera[2].

Un posible camino consiste en escuchar a las palabras, porque, de entre lo que nos es directamente accesible, nada tiene más memoria. Aunque precisamente por ser tan antiguas también han tenido tiempo para el olvido, y, al igual que una fachada impide ver el interior del edificio, las palabras fácilmente esconden lo que dicen detrás de lo que nombran en primer plano. Ellas mismas son, pues, pequeños laberintos formados capa a capa, que debemos recorrer hasta sus inicios para poder oír lo que callan. Entonces, si queremos saber qué hacemos o quiénes somos, tendremos que comenzar por destejer el pequeño enredo de la palabra que nos nombra.

Dos líneas semánticas se anudan para construir la palabra 'arquitectura', que nos llega casi inalterada desde el término griego αρχιτεκτωνια [architectonía][3].

Uno de estos hilos de significado es lo tectónico (τεκτωνικός [tektonikos]), que para nosotros nombra la estructura (structūra) y su puesta en práctica, la construcción (con-structūra). Pero traducir de esta forma, haciendo desaparecer la raíz tec-, oculta más de lo que muestra y nos conduce por caminos que nos alejan de lo que buscamos. El étimo τεκ [tek] (que se puede rastrear hasta la raíz indoeuropea √*tak-), sin embargo, se mantiene en los términos latinos casi idénticos tēgēre (cubrir, proteger) y texēre (tejer), así como en técnica (τέκνη [tekne]). Desde aquí se puede ver que palabras como techar o tejar (tēgēre), teja (tegūla) o techo (tēctum), comparten origen con tejer (texēre), tejido, textil, textura.

Si las palabras realmente son capaces de guardar algún recuerdo del momento de su génesis, este parentesco entre el tejar y el tejer, entre el tejado y el tejido, parece remitir al nacimiento de la técnica en un contexto en que la necesidad de protección, ya sea en forma de un techo o de un vestido, encuentra un modo de producir basado en el gesto de unir y organizar, de entrelazar los elementos presentes en la naturaleza, más o menos lineales, para formar superficies que cubren un espacio[4]. La técnica es pues, en principio, un organizar, un introducir orden, es decir, una táctica (palabra derivada de τάσσειν [tassein], poner en orden). La primera manera de crear el mundo es urdir, tramar, juntar, tejer. Lo importante de la técnica no es la manipulación, el momento de forzar la materia, sino el pensamiento que la ordena y la lógica que la informa. Para los griegos resultaba evidente algo que nosotros hemos perdido: τέκνη [tekne] es un saber y no un hacer.

El otro hilo semántico que teje la palabra 'arquitectura' es archi-, que en una primera lectura significa ser el primero (άρχειν [archein]). En este sentido, si tenemos en cuenta que τέκτων [tekton] se refiere al obrero especializado, el arquitecto no sería más que el primero, quizá incluso el superior, de entre los artesanos; algo así como un jefe de obra o un constructor excelente.

Pero άρχή [arché] es mucho más que preeminencia o superioridad; es el concepto clave que guía el nacimiento de la filosofía, en la Jonia del siglo VI a.C. Arché es aquello "de que" algo proviene, principio, fuente del ser, comienzo, lo que la Naturaleza produce "de suyo"[5]; materia primordial que, ya presente en el inicio del tiempo, permanece a través del cambio.

El hecho de que los griegos utilizaran un término distinto de la palabra arquitectura para referirse al mero edificar, como es οίκοδομία [oikodomía] (que literalmente significa construir casas), nos lleva a pensar que esta línea, en la cual arqui- remite al origen todavía indeterminado del mundo, enlazando con palabras como arcaico o arquetipo, se acerca más a lo que esta raíz pudiese simbolizar en el momento de su fusión con la raíz tec-.

Si esto fuese así, la palabra arquitectura ya no pretendería nombrar sólo la primera de entre las técnicas, entendiendo esta primacía tanto en sentido temporal (la que está desde el comienzo) como en sentido jerárquico (la que se responsabiliza de coordinar las demás técnicas), sino que pasaría a entenderse como un primer movimiento, un crear el mundo (κόσμος [kosmos]) previo a cualquier otro crear, introduciendo orden en el caos (χάος [chaos]) original. Desde este punto de vista, que entiende la arquitectura como arché-textura y la interpreta como el resultado de tejer lo primordial, la arquitectura es demiúrgica, constructora del mundo.

El devenir posterior de la palabra, que deriva primero en construcción del los edificios principales, destinados al culto al orden del mundo, para acabar designando cualquier construir, supone la ocultación de su significación original debajo de sucesivos estratos semánticos. Pero estas superposiciones no nos deberían impedir ser conscientes de la persistencia de la voluntad de ordenar para crear el mundo que subyace. Sólo porque el texto y la técnica son en esencia manifestaciones de la misma lógica primera, sobre el mismo papel y con la misma mano que puedo idear una arquitectura, puedo construir un texto que explique esta posibilidad.

Es por ello que Dédalo, considerado el arquiarquitecto, es capaz de revelar el secreto del laberinto, pues sabe que el mundo, que nace a partir de un primer tejer para cubrir, esconde un orden que se puede des-tejer y des-cubrir. Pero la arquitectura, así entendida, es el umbral del laberinto, su punto de acceso y su última capa. No hay nada fuera del laberinto que ella encierra. Sin determinar lo indeterminado, sin distinguir lo indistinto, sin arquitectura, no hay mundo.



[1] Heidegger, Martin. Construir, Habitar, Pensar, en Conferencias y artículos, Barcelona, 1994. p.119.

[2] En la versión más conocida del mito, el héroe ático Teseo se esconde entre los jóvenes que serán sacrificados al Minotauro que habita en el laberinto del rey Minos, con objeto de asesinarlo y acabar con el rito. Antes de adentrarse en el laberinto seduce a Ariadna, hija del rey, a la que Dédalo (considerado el primer arquitecto) ha revelado el secreto para poder salir del laberinto. Éste consiste en atar el extremo de una madeja de hilo en el umbral del laberinto para recorrerlo sujetando el otro extremo. De este modo, para encontrar el camino de salida basta con seguir el hilo hasta el punto donde fue atado. La otra forma de salir del laberinto es fabricarse unas alas, pero recordemos que esta opción, adoptada por Ícaro, hijo de Dédalo, acaba mal cuando éste se acerca demasiado al sol.

[3] Algunas de las indicaciones etimológicas técnicas proceden de Masiero, Roberto. Estética de la arquitectura. Madrid, 2003. El resto de ellas del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

[4] Por este camino cobran un sentido más próximo al original las palabras de Demócrito (recogidas en W. Tatarkiewicz, Historia de la Estética. La Estética Antigua. Madrid, 1987. p.99) a propósito del carácter funcional de la imitación: "hemos llegado a ser nosotros discípulos en las cosas más importantes: de la araña en tejer y zurcir, de la golondrina en la construcción de casas, (...), por imitación". La intuición decisiva es que la mímesis se centra en las estrategias.

[5] Zubiri, Xavier. Naturaleza, Historia, Dios. Madrid, 2007. p.69, 203.

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