llega a ser el que eres
El libro de Jesús Conill, El Poder de
Este salto, simbolizado por la "muerte de dios", se opera por una radicalización (búsqueda de la raíz) que transforma la crítica kantiana de la razón pura en una crítica de la razón impura mediante la introducción, junto a los elementos lógicos, de la razón de la vida a través de sus dimensiones corporal, lingüística, perspectivista y afectiva. Desde esta óptica de la vida, el valor de la verdad queda condicionado, la verdad se convierte en una función vital cuyo valor depende de su capacidad para in-corporar mediante la interpretación el mundo del devenir al servicio de nuestra necesidad de conservación. Así pues, este ir más allá de la lógica, de la fe en un orden de la razón, a través de la crítica genealógica del pensamiento que sitúa sus orígenes en la vida, obliga al criticismo a convertirse en hermenéutica.
La dimensión radical, que transforma el criticismo kantiano, tiene su punto de partida en la introducción de la componente fisiológica, de la consideración de la organización humana como una unidad de lo psíquico interior y lo físico externo, que es producto de un devenir y de una evolución. Desde esta doble consideración (unidad psico-física e historia natural) se puede plantear el rastreo genealógico de las instancias prerracionales que actúan activamente por debajo del orden racional (que en Nietzsche llega hasta el núcleo de la voluntad de poder). La biologización de las condiciones apriorísticas del conocimiento conlleva inevitablemente el desplazamiento de los objetos cognoscibles hacia el mundo fenoménico (las "cosas en sí" nos son desconocidas), quedando la interpretación de la realidad por medio de la fantasía creadora -invención conceptual- como modo de apropiarse del acontecer real, lo cual supone el fin de la distinción entre mundo aparente y verdadero, concentrados en el mundo visto desde dentro, donde todo es interpretación producto de nuestra organización corporal.
Junto a la crítica fisiológica, que descubre las raíces del pensamiento en su utilidad para la vida a través de la interpretación creativa del mundo, Nietzsche desarrolla como punto central de su filosofía una crítica lingüística paralela a la anterior (ya que el lenguaje es el órgano formador del pensamiento) también a través del método genealógico. El aspecto fundamental de esta búsqueda es el reconocimiento del origen del lenguaje en un "impulso a la formación de metáforas" que es esencial al hombre, considerado como "sujeto creador artístico", de modo que entre el sujeto y el objeto sólo es posible una relación estética y no una relación de verdad. No obstante, el método genealógico no sólo pretende encontrar el origen, sino que también rastrea la evolución del objeto de estudio para comprender su situación en el presente. Así pues, se toma conciencia de que la función comunicativa del lenguaje requiere la fijación de las palabras mediante convenciones sociales y el olvido del origen de las mismas en el instinto metaforizador; de tal modo que este olvido es el causante de la fe en los conceptos y, por tanto, de que se puede reproducir la realidad en sí.
El desenmascaramiento de la relación entre pensamiento y lenguaje, al mismo tiempo que insiste en la interpretación como único medio de conocer, desemboca en un principio de relatividad lingüística, que podríamos considerar como base del nihilismo, ya que excluye la posibilidad de conocer la verdad y la realidad. La consideración de que estamos atrapados en las redes del lenguaje, de que los conceptos vienen fijados por la subjetividad, tiene el aspecto formal de una aporía (en principio, la imposibilidad de verdad afecta incluso al enunciado de la imposibilidad de verdad). Sin embargo, entender el lenguaje como aceptación del mundo, si bien incapacita para conocer la verdad, al mismo tiempo abre un horizonte de posibilidades de experiencia, prepara un salto desde la reflexión hacia la praxis; el lenguaje tiene valor como instrumento de la vida y no por estar orientado a la verdad-objetiva, como herramienta de creación de verdad-sentido. Así pues, la crítica lingüística desemboca en el perspectivismo que permite "admitir la no verdad como condición de la vida".
Este situarse más allá de la vedad supone una radicalización del concepto kantiano de fe, que realiza una sustitución de la coincidencia entre pensamiento y ser por la certeza en el ámbito de la praxis; ya para Kant el valor de la verdad depende de que el individuo soberano obtenga claridad para actuar de acuerdo con su libre disposición. Para Nietzsche y su perspectiva vitalista, el valor de la verdad está condicionado desde la vida y su perduración en el seno del devenir; desde la gran razón del cuerpo, la verdad se convierte en una función vital, en un modo de incorporar lo otro, y, por tanto, la razón lleva asociada una voluntad ávida de dominio, que la filosofía nietzscheana llama voluntad de poder.
No obstante, la filosofía nietzscheana no se detiene en el abismo que abre el agotamiento de los valores prevalentes en forma de la crisis de sentido nihilista. La crítica de la verdad desde el valor de la vida, la consideración de que la verdad no está dada sino creada, conduce al problema de la libertad como perspectiva. Si bien la genealogía supone el momento crítico (negativo) de denuncia de la verdad-objetiva, al mismo tiempo la filosofía experimental nietzscheana abre nuevos horizontes de sentido desde la "gran razón del cuerpo", a través de la libertad entendida como soberanía para crear verdad-sentido. Para la superación del nihilismo pasivo y su crisis de sentido, el nihilismo activo nietzscheano obtiene su fuerza del momento de la transvaloración, del momento de la creación de nuevos valores; si bien la crítica (en cuanto establecimiento de los límites del conocimiento, que en Nietzsche es genealogía) es necesaria, igualmente lo es pasar a la fase de doctrina, a la filosofía hecha vida, a las cuestiones del sentido y el valor de la vida donde no llega la facultad teórica.
En este momento de la creación de sentido, donde nace la libertad radical como capacidad creadora a partir de la razón corporal, es inevitable una vuelta a los orígenes del lenguaje descubiertos por la genealogía lingüística, al instinto metaforizador, a una síntesis del pensar (denken) y el poetizar (dichten), de contenido y forma, a una superación de la lógica a través de la imagen y la metáfora.
Es en esta propuesta de la creación artística de valores, en mi opinión, donde habita el mayor atractivo de la filosofía nietzscheana, donde se vuelve práctica en un sentido radical y vital. Es por ello que este ensayo se propone explicitar parte del contenido del mencionado texto hermenéutico sobre Nietzsche de J. Conill a través de la exégesis del capítulo Del Camino del Creador de Así Habló Zaratustra, un Libro para Todos y para Nadie, del propio F. Nietzsche, donde se da prioridad al poetizar sobre el pensar, a un crear con libertad más potente y originario que el pensamiento. Se pretende con ello, además de alejar viejos demonios personales, establecer cierta conexión con las fuentes para evitar que este ensayo se convierta en una interpretación de segundo grado.
El capítulo Del Camino del Creador de la primera parte de Así Hablo Zaratustra, contiene gran parte de los elementos de la política de la transvaloración nietzscheana. Es en sí un programa de superación del idealismo moderno a través del modelo de autonomía individual del "espíritu libre", representado en el texto por la soledad y el ti mismo, opuesto a la despersonalización universalizadora de las instituciones modernas simbolizada por el rebaño. La denuncia de la moral del rebaño (la moral de la renuncia a sí mismo, del desprecio de la vida y de la salud, de la decadencia y de la defensa de lo débil) constituye el momento de crítica de la vía genealógica -posible por la distinción genealógica fundamental entre lo que favorece el crecimiento de la vida y la negación de la vida-, un situarse más allá de la idealización moderna de la felicidad y el bienestar que conlleva el peligro de que la humanidad se instale cómodamente en lo dado. El estado de bienestar extingue en el hombre la energía para querer, que es la fuente de fuerza para la creación, y supone finalmente la victoria del nihilismo, de la voluntad de no querer nada. Frente al hedonismo, la huida del sufrimiento, se opone la asunción del dolor y el sufrimiento como parte del devenir y del crecer, del carácter trágico que sitúa el centro de gravedad en el problema del sentido. Al mismo tiempo, en oposición a la conciencia hegemónica en la filosofía moderna, el cuerpo es un centro de sabiduría y acción del que nacen las interpretaciones, donde habita el sí mismo que domina al yo y que es fuente de las fuerzas de la vida, de la pluralidad de impulsos de entre los que destaca el impulso de asimilación (forzar incluso a las estrellas), por el que opera la voluntad de poder como una rueda que se mueve por sí misma, representación del dinamismo de la vida.
El desplazamiento hacia la concepción trágica de la libertad, que supone una intensificación del sentido de la responsabilidad en la autonomía radical del individuo autónomo y soberano, nos conduce también a la cuestión del poder, pues soberanía es poderío. El fondo último de la libertad es la fuerza interior, la capacidad autolegisladora que no consiste en una razón universalizadora, sino en la capacidad de tener una medida del valor desde sí mismo. Y en esta fuerza de la vida capaz de donar sentido se encuentra el motor capaz de pasar del libre de que implica la "muerte de dios" y el escapar de un yugo (nihilismo pasivo) al libre para que supone la interpretación activa (nihilismo activo) desde uno mismo, la transvaloración, la soberanía para la creación de verdad-sentido más allá de la servidumbre; resituar, en definitiva, el centro de gravedad de la vida en la vida misma, que es apreciar, valorar, interpretar más allá de Dios y del rebaño. Es en la experiencia libre donde reside la decisión sobre la jerarquía de valores.
Es en este punto donde reside la potencia de la filosofía experimental nietzscheana, donde el perspectivismo se hace práctico. La situación de los límites del pensamiento en el mundo del sentido y de su interpretación, la transvaloración de la noción de objetividad, supone la superación del legislador kantiano y de su ley moral universal; se radicaliza la autonomía moderna hasta el inmoralismo (que no amoralismo) en que el individuo es dueño de sí mismo (juez para ti mismo), capaz de darse a sí mismo una finalidad desde su propia perspectiva no universalizable; también por tanto, de renunciar a cualquier pensamiento fundamentador -procedente del miedo a la realidad que genera el idealismo- que quede fuera de uno mismo, lo cual conduce al solitario al desarraigo del ateismo, a ese primer vértigo que le hará gritar ¡estoy solo!.
La sospecha metódica contra la fe en el conocimiento que se manifiesta en la toma de conciencia de que el lenguaje es incapaz de conocer la realidad (el mundo auténtico es el del devenir y el lenguaje sólo puede expresar lo permanente y fijo) y excluye la posibilidad de verdad, abre el abismo del principio de relatividad lingüística, el reino de la falsedad ante el que surge el segundo vértigo que le hará gritar ¡todo es falso!.
Ambos vértigos surgen del mismo hecho, pues todo son interpretaciones y, por tanto, necesariamente pertenecientes a una perspectiva (estoy solo) y no objetivamente verdaderas (todo es falso). Son los vértigos del nihilismo, que amenazan con bloquear el proceso de afirmación de la vida, con matar al solitario. Es por ello que esos vértigos, desde la concepción agonal de la filosofía nietzscheana, han de morir, mediante la aceptación de la no-verdad como condición de la vida, mediante la comprensión de que la voluntad de verdad proviene de valores distintos de la verdad en sí misma -de su utilidad vital para incorporar el mundo-.
Para Jesús Conill, la aporía que se presenta entre el ethos antiguo de la cultura agonal y la autonomía hipermoderna se resuelve a través del concepto del pathos de la distancia, donde van juntos libertad y poder para valorar desde sí mismo, donde la autolegislación del individuo soberano (una estrella) goza de la independencia de su ley individual a partir de su instinto soberano y dominante. En este punto de vista cabe la jerarquía y diferencia de valor entre los hombres (tú caminas por encima de ellos), la idea de elevación y autosuperación que late en la voluntad de poder, ya que el presupuesto de toda elevación es la distancia entre los hombres. Es pues necesario abandonar la compasión hacia el débil, cambiarla por el desprecio, ya que es el sentimiento de compasión el que está en la base del igualitarismo moderno que impone la mediocridad (santa simplicidad) de la seguridad y el bienestar.
Así pues, la nueva autonomía nietzscheana se desarrolla en un contexto de relaciones de poder y dominación, asociado a una desjuridificación de las relaciones humanas. Mientras que en la concepción moderna el derecho se fundamenta en la igualdad entre los hombres, en el modelo nietzscheano los derechos surgen del poder y, por tanto, de la desigualdad. El derecho ya no es natural, sino que se funcionaliza (es un medio y no un fin), lo que permite a la genealogía rastrear su origen en un equilibrio de poderes casi iguales, de tal modo que los derechos se asimilan a grados de poder reconocidos y garantizados, en consonancia con el mencionado pathos aristocrático de la distancia.
Como ya hemos visto, la filosofía nietzscheana introduce en el pensamiento dimensiones olvidadas o silenciadas de la experiencia humana, lo otro de la razón pura ideal, para acabar transformando este momento de crítica en una filosofía de acción guiada por la voluntad de poder como expresión de la vida, que sustituye la política del bienestar por la radicalización de la política de la libertad y del sentido vital. Esta filosofía se concreta en un cambio de meta, que deja de ser una meta exterior al hombre, como es la felicidad, para convertir al hombre mismo en meta y esperanza; un nuevo hombre redentor capaz de superar los valores modernos y, al mismo tiempo, la crisis de sentido nihilista -de ser vencedor de Dios y de la nada-. Este superhombre ha de combinar el carácter demoníaco (aniquilador de valores) con la capacidad creadora, ha de ser capaz de despreciar y de amar, de consumirse y renovarse, de operar la transvaloración que convierte la vida en un nuevo para qué irreductible a la concepción utilitaria de la humanidad que antepone la cantidad de la masa (lo común, lo social, lo general) a la calidad de los hombres-excepción, de las estrellas que brillan con luz propia. La filosofía nietzscheana es pues una nueva vuelta de tuerca al lema vigente desde la antigüedad "llega a ser el que eres".
La novedad de la propuesta nietzscheana radica en que llegar a ser el que eres incluye de forma irrenunciable el momento de la creación de valores; la conducción de la propia vida no es sólo elección entre posibilidades desde un sistema moral dado y en vista de fines dados, sino también la creación del propio sistema, ya no-moral en cuanto que no tiene pretensiones de universalidad y necesidad, es decir, de imposición al otro. La concepción del hombre como sujeto creador añade a la libertad una componente estética, productiva, que se suma a su componente ética, nacida de su enraizamiento en la realidad misma del vivir y no en una conciencia abstracta de imperativos categóricos de carácter moral. Así pues, posicionarse más allá del bien y del mal, más allá de la felicidad, más allá de la verdad, atrae paradójicamente el centro de decisión desde el más allá hacia el más aquí.
Sin embargo, esta ampliación de la libertad, que fusiona forma y contenido, parece una tarea excesiva para el común de los mortales. Quizá el subtítulo del Zaratustra, un libro para todos y para nadie, pretende expresar esta realidad. Si bien los conceptos nietzscheanos de superhombre y transvaloración abren un horizonte de posibilidades que se nos antoja inmenso, es igualmente cierto que esa misma inmensidad resulta inabarcable. Parece que, al igual que en el caso de las utopías, el valor práctico de ciertas propuestas filosóficas consiste en indicar direcciones hacia las que ir avanzando. Y en este sentido, la genealogía nietzscheana ha abierto paso a la hermenéutica contemporánea a través de la inauguración de la interpretación como método filosófico.
Del Camino del Creador
¿Quieres marchar, hermano mío, a la soledad? ¿Quieres buscar el camino que lleva a ti mismo? Detente un poco y escúchame.
-El que busca fácilmente se pierde a sí mismo. Todo irse a la soledad es culpa-: así habla el rebaño. Y tú has formado parte del rebaño durante mucho tiempo.
La voz del rebaño continuará resonando dentro de ti. Y cuando digas -yo ya no tengo la misma conciencia que vosotros-, eso será un lamento y un dolor.
Mira, aquella conciencia única dio a luz también ese dolor: y el último resplandor de aquella conciencia continúa brillando sobre tu tribulación.
Pero ¿tú quieres recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino hacia ti mismo? ¡Muéstrame entonces tu derecho y tu fuerza para hacerlo!
¿Eres tú una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer movimiento? ¿Una rueda que se mueve por sí misma? ¿Puedes forzar incluso a las estrellas a que giren a tu alrededor?
¡Ay, existe tanta ansia de elevarse! ¡Existen tantas convulsiones de los ambiciosos! ¡Muéstrame que tú no eres un ansioso ni un ambicioso!
Ay, existen tantos grandes pensamientos que no hacen más que lo que el fuelle: inflan y vuelven aún más vacíos.
¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo.
¿Eres tú alguien al que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servidumbre.
¿Libre de qué? ¡Qué importa eso a Zaratustra! Tus ojos deben anunciarme con claridad: ¿libre para qué?
¿Puedes prescribirte a ti mismo tu bien y tu mal, y suspender tu voluntad por encima de ti como una ley? ¿Puedes ser juez para ti mismo y vengador de tu ley?
Terrible cosa es hallarse solo con el juez y vengador de la propia ley. Así es arrojada una estrella al espacio vacío y al soplo helado de la soledad.
Hoy sufres todavía a causa de los muchos, tú que eres uno solo: hoy conservas aún todo tu valor y todas tus esperanzas.
Más alguna vez la soledad te fatigará, alguna vez tu orgullo se curvará y tu valor rechinará los dientes. Alguna vez gritarás -¡estoy solo!-
Alguna vez dejarás de ver tu altura y contemplarás demasiado cerca tu bajeza; tu sublimidad misma te aterrorizará como un fantasma. Alguna vez gritarás: -¡Todo es falso!
Hay sentimientos que quieren matar al solitario; ¡si no lo consiguen, ellos mismos tienen que morir entonces! Mas ¿eres tú capaz de ser asesino?
¿Conoces ya, hermano mío, la palabra desprecio? ¿Y el tormento de tu justicia, de ser justo con quienes te desprecian?
Tú fuerzas a muchos a cambiar de doctrina acerca de ti; eso te lo hacen pagar caro. Te aproximaste a ellos y pasaste de largo: esto no te lo perdonan nunca.
Tú caminas por encima de ellos; pero cuanto más alto subes tanto más pequeño te ven los ojos de la envidia. El más odiado de todos es, sin embargo, el que vuela.
-¡Cómo vais a ser justos conmigo!- tienes que decir -yo elijo para mí vuestra injusticia como la parte que me ha sido asignada-
Injusticia y suciedad arrojan ellos al solitario: pero, hermano mío, si quieres ser una estrella, ¡no tienes que iluminarlos menos por eso!
¡Y guárdate de los buenos y justos! Con gusto crucifican a quienes se inventan una virtud para sí mismos, -odian al solitario.
¡Guárdate también de la santa simplicidad! Para ella no es santo o que no es simple; también le gusta jugar con el fuego -con el fuego de las hogueras para quemar seres humanos.
¡Y guárdate también de los asaltos de tu amor! Con demasiada prisa tiende el solitario la mano a aquel con quien se encuentra.
¡Solitario, tú recorres el camino que lleva a ti mismo! ¡Y tu camino pasa al lado de ti mismo y de tus siete demonios!
Un hereje serás para ti mismo, y una bruja y un hechicero y un necio y un escéptico y un impío y un malvado.
Tienes que querer consumirte a ti mismo en tu propia llama: ¡cómo te renovarías si antes no te hubieses convertido en ceniza!
Solitario, tú recorres el camino del creador: ¡con tus siete demonios quieres crearte para ti un Dios!
Solitario, tú recorres el camino del amante: te amas a ti mismo, y por ello te desprecias como sólo los amantes saben despreciar.
¡El amante quiere crear porque desprecia! ¡Qué sabe del amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba!
Vete a tu soledad con tu amor y con tu crear, hermano mío; sólo más tarde te seguirá la justicia cojeando.
Vete con tus lágrimas a tu soledad, hermano mío. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo, y por ello perece.
Así habló Zaratustra.
Hola, Juanjo! ya visité tu blog!!!!
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