miércoles, 8 de julio de 2009

TRAS EL BANQUETE (EJERCICIO DE ESCUELA)

PLATÓN.- ¿En qué andas, Aristóteles, tan concentrado garabateando sobre la cera que no pareces disfrutar del vino?

ARISTÓTELES.- Venía, maestro, dándole vueltas a una conversación que pude oír siendo un muchacho, en uno de los caminos que vienen a la ciudad, entre un tal Aristodemo, del demo de Cidateneo, y Apolodoro de Falero, sin duda amigos tuyos, pues ambos pasaban el tiempo junto a Sócrates hacia el final de sus días. Parecía que hablaban de un banquete en casa de Agatón, al día siguiente de aquél en que celebró la victoria de su primera tragedia, en cuyo simposio, charlando frente a las copas tal como nosotros hacemos hoy, Sócrates y los demás invitados trataron el tema del amor...

PLATÓN.- No sigas, pues creo conocer el resto, y dime qué pensamientos engendró en ti, que te provocan ahora este alumbramiento.

ARISTÓTELES.- Allí decía Sócrates, si no recuerdo mal, que le había dicho Diotima que no otra cosa sino el bien aman los hombres[i], que el amor consiste en el deseo de poseer el bien para siempre[ii]. Pues bien, mis pensamientos volvían de nuevo al bien que buscamos, para preguntarnos qué es[iii].

PLATÓN.- Permíteme preguntarte qué crees tú que es, pues me parece que algo cierto has descubierto que te movía a la escritura.

ARISTÓTELES.- Escribía que el bien parece ser distinto en cada actividad y en cada arte; en efecto, es uno en la medicina, otro en la estrategia, y así en las demás[iv].

PLATÓN.- Cierto es lo que dices. Pero ¿qué es el bien de cada una?

ARISTÓTELES.- Escribía que el bien es aquello en vista de lo cual se hacen las demás cosas. En la medicina es la salud; en la estrategia es la victoria; en la arquitectura, la casa; en otros casos otras cosas, y en toda acción y decisión es el fin, pues todos hacen las demás cosas en vista de él . De modo que si hay algún fin de todos los actos, éste será el bien realizable, y éstos si hay varios[v]... Mas veo por tu gesto que algo hay en lo dicho con lo que no estás de acuerdo.

PLATÓN.- No hay manera de estar de acuerdo, en el modo en que lo planteas.

ARISTÓTELES.- ¿De qué se trata?

PLATÓN.- De los ejemplos que pones por escrito, todos ellos son artes.

ARISTÓTELES.- Sí, así es.

PLATÓN.- Y toda arte persigue un fin, que es su bien, según dices.

ARISTÓTELES.- Exactamente.

PLATÓN.- Y aún añadías que el bien parece ser distinto en cada arte.

ARISTÓTELES.- Es fácil confirmarlo, pues aquí mismo, en mis manos, lo tengo.

PLATÓN.- Pues bien, es aquí a donde quería llegar. El fin puede parecer distinto en cada arte, pero ha de ser siempre de la misma naturaleza, pues no puede ser sino reflejo del bien en sí. Así, mientras que la salud y la victoria tienen un contrario, en este caso la enfermedad y la derrota, que tratan de evitar las artes de la medicina y la estrategia, ¿cuál dirías que es el contrario de la casa?

ARISTÓTELES.- Creo que ya entiendo tu objeción. La casa carece de contrario.

PLATÓN.- ¿Y cuál es el contrario de la batalla?

ARISTÓTELES.- La batalla, como la casa, no tiene contrario.

PLATÓN.- ¿Y qué? ¿No ocurrirá lo mismo con el paciente, que tampoco él tiene un contrario?

ARISTÓTELES.- Sí.

PLATÓN.- Luego la casa no es de la misma naturaleza que la salud o la victoria, sino que emparienta con el paciente o la batalla.

ARISTÓTELES.- Así parece, según lo expuesto. Y puesto que crees que la casa no es apta para ser considerada el bien que busca la arquitectura, escucharía con gusto qué opinión tienes sobre cuál sea éste.

PLATÓN.- A mí me parece sobre las cuestiones de esta índole tal vez lo mismo que a ti, que un conocimiento exacto de ellas es imposible o sumamente difícil de adquirir en esta vida, pero que el no examinar por todos los medios posibles lo que se dice sobre ellas, o el desistir de hacerlo, antes de haberse cansado de considerarlas bajo todos los puntos de vista, es propio de hombre muy cobarde[vi]. Así pues, yo por mi parte haré todo lo que esté en mi mano para descubrir, con tu colaboración todo aquello de lo que seamos capaces. Guarda la tablilla de cera y el punzón y contéstame a esto. De lo dicho hasta ahora ¿no ha quedado claro que el bien de la arquitectura será a la casa lo que la salud al paciente, o la victoria a la batalla?

ARISTÓTELES.- Por mi parte así ha sido.

PLATÓN.- Entonces la ausencia del mencionado bien en la casa será como la enfermedad en el paciente o la derrota en la batalla.

ARISTÓTELES.- Por fuerza ha de serlo.

PLATÓN.- Ahora bien, considera lo siguiente. Mientras que el arte de la medicina se aplica a un hombre, al que llamamos paciente, que existe con anterioridad, ya sea en estado de salud o de enfermedad, el arte de la arquitectura se aplica a aquello que todavía no existe, la casa, y es éste el motivo de la confusión inicial de situar a ésta como fin de aquélla.

ARISTÓTELES.- Sin duda así ha sido.

PLATÓN.- Entonces, la arquitectura, y en general toda causa que haga pasar cualquier cosa del no ser al ser es creación[vii], y todas aquellas artes que se aplican sobre lo que todavía no existe, tendrán su bien en relación con la generación.

ARISTÓTELES.- No puede ser de otro modo.

PLATÓN.- Y ahora recuerda aquello que le decía Diotima a Sócrates, justo a continuación de las palabras que iniciaban tu reflexión, cuando le interrogaba sobre qué acción resulta ser el amor.

ARISTÓTELES.- No consigo recordarlo.

PLATÓN.- Pues yo te lo diré. Esta acción -decía Diotima- es, en efecto, una procreación en la belleza, tanto según el cuerpo como según el alma[viii].

ARISTÓTELES.- Lo que quieres decir con eso requiere dotes de adivino. No lo comprendo[ix].

PLATÓN.- Quiero decir que el amor no es amor de lo bello, como se suele creer, sino amor de la generación y de la procreación en lo bello[x].

ARISTÓTELES.- ¿Por qué precisamente de la generación?

PLATÓN.- Porque es la generación algo eterno e inmortal, en la medida en que puede darse en algo mortal. Mas es forzoso desear, junto con el bien, la inmortalidad, de acuerdo con lo que hemos convenido, si verdaderamente el amor consiste en desear poseer el bien siempre. En consecuencia, es forzoso, según este razonamiento, que el amor sea también amor de la inmortalidad[xi]. La naturaleza mortal busca, en lo posible, ser eterna e inmortal. Pero puede serlo solamente con la procreación, porque deja siempre otro ser nuevo en lugar del viejo[xii]. Los que son fecundos en cuanto al cuerpo, por medio de la procreación de hijos. En cambio, a los que lo son en cuanto al alma, los poetas todos y cuantos artistas se dice que son inventores, les corresponde el juicio prudente y cualquier otra virtud[xiii]. Cuando alguien está preñado de estas cualidades en el alma, desea procrear y engendrar; entonces busca también él, pienso yo, a su alrededor la belleza en la que pueda engendrar, dado que en la fealdad jamás engendrará[xiv].

ARISTÓTELES.- Mas, ¿en qué afecta esto al bien que buscamos, al de la arquitectura?

PLATÓN.- No seas impaciente y termina de escuchar lo que la extranjera de Mantinea le reveló a Sócrates acerca del camino correcto para dirigirse a las cuestiones relativas al amor, e intenta seguirme si eres capaz, pues es cosa de iniciados.

ARISTÓTELES.- Prosigue y dime cuál es ese camino.

PLATÓN.- Empezar por las cosas bellas de este mundo y, sirviéndose de ellas a modo de escalones, ir ascendiendo continuamente, de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos -puesto que, si se debe perseguir la belleza de la forma, es una gran insensatez no considerar que es una sola y la misma la belleza que hay en todos los cuerpos[xv]-, y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y a partir de los conocimientos acabar en aquel que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca por fin lo que es la belleza en sí. En ese instante -le dijo Diotima a Sócrates- vale la pena el vivir del hombre: cuando contempla la belleza en [xvi].

ARISTÓTELES.- Parece un camino largo y difícil, por no decir imposible.

PLATÓN.- Así parece, pero habrás de convenir conmigo en que, de ser ciertos los misterios del amor revelados por Diotima, podremos avistar cuál sea el bien de la arquitectura.

ARISTÓTELES.- ¿Cuál?

PLATÓN.- Quizá tus tablillas nos ayuden a seguir. ¿Qué más habías escrito en ellas?

ARISTÓTELES.- Escribía también que puesto que parece que los fines son varios y algunos de estos los elegimos por otros, es evidente que no todos son perfectos, pero lo mejor parece ser algo perfecto; de suerte que si sólo hay un bien perfecto, ése será el que buscamos, y si hay varios, el más perfecto de ellos; y en general llamamos perfecto a lo que se elige por sí mismo y nunca por otra cosa[xvii].

PLATÓN.- Entonces si, como decíamos, contemplar la belleza en sí hace que la vida valga la pena, se elegirá por sí misma y esta contemplación será un bien perfecto.

ARISTÓTELES.- Sí.

PLATÓN.- Y cualquier acción o instrumento que pueda conducir a esta contemplación, tendrá su bien en colaborar a la obtención del bien perfecto.

ARISTÓTELES.- Es imposible que sea de otro modo.

PLATÓN.- Así, si las cosas bellas de este mundo son el primer escalón del ascenso a la contemplación de la belleza en sí, bien perfecto según hemos convenido, no podrá ser otro el bien de todas aquellas artes que versan sobre el llegar a ser[xviii] que el de conseguir que aquello que producen participe de la belleza. Y en especial será así en la arquitectura, pues, de entre lo producido por el hombre, la casa y los demás edificios son las cosas que más tiempo aparecen ante nuestros ojos y las que más los llenan, y por tanto las más capaces de hacernos reconocer la belleza de la forma. ¿O qué opinas?

ARISTÓTELES.- Que es verdad lo que dices. Pero, por el perro, establecer que la belleza es el bien perseguido por la arquitectura nos deja peor que al principio, pues se nos viene encima la enorme tarea de averiguar qué sea esa belleza y no sé si seremos capaces.

PLATÓN.- En verdad el hombre es digno de nada respecto a la sabiduría, pero aún así debemos seguir investigando. Quizá nos ayude que recordemos ahora la conversación que mantuvo Sócrates al día siguiente del banquete en casa de Agatón, pues es fácil que la oyeses también de boca de Aristodemo.

ARISTÓTELES.- No la oí y estoy impaciente por conocerla.

PLATÓN.- Fue más o menos como sigue. Tras la larga noche de discursos que siguió al banquete, cuando ya era de día, después de haber dormido por fin a Aristófanes y Agatón, Sócrates se levantó y se marchó al Santuario de Apolo Liceo. Cuando llegó, se lavó y pasó el resto del día en el gimnasio, discutiendo como de costumbre en compañía de los sofistas[xix].

Allí se encontró con el sofista y comediógrafo Omácolas, que le dijo:

- Muy elegante vienes, lavado y con las sandalias puestas, pero pensativo como siempre.

- Vengo -le respondió Sócrates- de una comida en casa de Agatón, y aún sigo, a pesar de que se habló allí largo y extenso sobre el amor, errando en continua incertidumbre.

- Dime qué es eso que te preocupa y veremos si podemos darle respuesta.

- Andaba con la duda acerca de qué sea lo bello.

Al escuchar esto, Omácolas sonrió confiado y respondió:

- Es fácil contestar a esto. Sin duda lo bello y digno de estimación es ser capaz de ofrecer un discurso adecuado y bello ante un tribunal, o ante el Consejo o cualquier otra magistratura en la que se produzca el debate, convencer y retirarse llevando el mayor premio. A esto hay que consagrarse, mandando a paseo todas las insignificancias, a fin de no parecer muy necio, al estar metido como tú ahora, en tonterías y vaciedades[xx].

- Querido Omácolas -dijo Sócrates-, el hombre de nuestro tiempo que más dinero ha ganado por su sabiduría[xxi], tú eres bienaventurado porque sabes en qué un hombre debe ocuparse y porque lo practicas adecuadamente[xxii], según dices. Pero a mí que jamás he ganado nada[xxiii], y que no me dedico a hacer más fuerte el argumento débil y enseñar estas mismas cosas a otros[xxiv], me parece que me ayudas amistosamente, pero no damos en el blanco.

- Prueba pues de esta otra manera: lo bello, amigo, es lo que produce placer por medio del oído o de la vista[xxv].

- ¿Y por qué, dándoles preferencia sobre los placeres correspondientes a los otros sentidos, decís de estos placeres que son bellos?

- Porque éstos son los placeres más inofensivos y los mejores.

- ¿Luego decís que lo bello es un placer provechoso?[xxvi].

- Así parece, pero no acabo de entender, Sócrates, a dónde quieres llegar.

- Considéralo ahora de este otro modo. Tomemos como bello lo que es útil. Son bellos los ojos, no los de condición tal que no pueden ver, sino los que sí pueden y son útiles para ver[xxvii]. Luego también, siguiendo de este modo, todos los instrumentos, los de la música y los de las otras artes, y, si quieres, las costumbres y las leyes; en suma, afirmamos que lo útil es bello teniendo en cuenta en qué es útil, con respecto a qué es útil y cuando es útil; lo inútil para todo esto lo llamamos feo[xxviii]. ¿Acaso no piensas tú también así, Omácolas?

- Sí lo pienso.

- Y el poder y las cosas útiles para hacer el mal, ¿acaso vamos a decir que son cosas bellas o bien estamos lejos de ello?[xxix]

- Lejos, Sócrates, pienso yo.

- Luego lo útil y lo potente para hacer el bien es lo bello, pero esto es lo provechoso[xxx].

- Así parece.

- Entonces, lo bello es causa del bien[xxxi].

- Tengo la sensación, Sócrates, de que estamos en un círculo, pues dices que el bien es bello y lo bello es causa del bien, y no veo cómo vayamos a salir de él.

- Acerquémonos ahora a un caso concreto y quizá veamos esa salida que buscas, porque veo que andar dando vueltas en la ignorancia es algo que no te gusta. Dime, pongamos por caso, cuál crees que sea la utilidad de la casa.

- De nuevo preguntas algo fácil. Sin duda, una casa es útil cuando nos abriga, ya sea protegiéndonos del sol en los días calurosos o del viento y la lluvia en los fríos.

- Hablas como un artesano, Omácolas, e incurres en el mismo error que ellos: por el hecho de que realizan adecuadamente su arte, cada uno de ellos estima que es muy sabio también respecto a las demás cosas, incluso las más importantes, y ese error vela su sabiduría[xxxii].

- Aún así insisto en que no otra, sino la que he dicho, es la utilidad de la casa. Y verás, si tienes un momento, que esto es fácil de argumentar...

- No sigas por ahí, Omácolas. De entre los sofistas tú eres el mejor, y te creo capaz de convencerme de que los edificios deban tener plumas. Y aún pienso que si los sofistas, siendo como sois maestros en hacer fuerte el argumento débil, conquistarais el campo de las artes como os habéis hecho con el de la política, sin duda conseguiríais que el Consejo de Atenas ordenase llevar a cabo éstas y otras locuras peores.

- Veo que tienes por mí más estima de la que merezco. Dime entonces cuál crees tú que sea la utilidad que buscamos.

- Examinemos este camino. Pienso que la utilidad de la casa, así como la del resto de objetos que produce el hombre, debe buscarse en aquello que los diferencia de los objetos que surgen de la naturaleza.

- ¿Y qué es, Sócrates, esa diferencia?

- No otra sino la intención. ¿No es cierto que, mientras que la naturaleza genera sus objetos mediante el azar y la casualidad, todo artesano es capaz de elegir la forma de los objetos que produce?

- Así es. Pero, ¿qué hay de la utilidad de la casa?

- Ahí vamos. Si esto es así, ¿no ocurrirá que siempre podremos elegir las formas más bellas para los objetos del arte?

- Sí.

- Luego no habrá mayor utilidad en los objetos producidos por los hombres que reflejar, en la medida de sus posibilidades, la belleza en sí, poniéndonos en el camino de su auténtica contemplación...

En eso estaban cuando llegó Jantipa a interrumpir el diálogo, gritándole a Sócrates:

- Ven rápido a casa, holgazán, y repara de una vez las goteras del tejado, que no hay quien viva en ella. Tienes la casa más fea y ruinosa de toda Atenas y no se te ocurre nada mejor que pasar el día discutiendo tonterías.

¿De qué te ríes, Aristóteles?

ARISTÓTELES.- Creo que ahora entiendo el sentido del proverbio que dice : "Lo bello es difícil" [xxxiii]. Por Zeus que aún pasarán seiscientas Olimpiadas y seguiremos en la ignorancia.


[i] Platón, El banquete. 206a.

[ii] Platón, El banquete. 206a.

[iii] Aristóteles, Ética a Nicómaco. I.7, 1097a.

[iv] Aristóteles, Ética a Nicómaco. I.7, 1097a.

[v] Aristóteles, Ética a Nicómaco. I.7, 1097a.

[vi] Platón, Fedón. 85c.

[vii] Platón, El banquete. 205b.

[viii] Platón, El banquete. 206b.

[ix] Platón, El banquete. 206b.

[x] Platón, El banquete. 206e.

[xi] Platón, El banquete. 207a.

[xii] Platón, El banquete. 207d.

[xiii] Platón, El banquete. 208e.

[xiv] Platón, El banquete. 209b.

[xv] Platón, El banquete. 210b.

[xvi] Platón, El banquete. 211c.

[xvii] Aristóteles, Ética a Nicómaco. I.7, 1097a.

[xviii] Aristóteles, Ética a Nicómaco. I.7, 1140a.

[xix] Platón, El banquete. 223d.

[xx] Platón, Hipias Mayor. 304b.

[xxi] Platón, Hipias Mayor. 300d.

[xxii] Platón, Hipias Mayor. 304b.

[xxiii] Platón, Hipias Mayor. 300d.

[xxiv] Platón, Apología de Sócrates. 19b.

[xxv] Platón, Hipias Mayor. 298a.

[xxvi] Platón, Hipias Mayor. 303e.

[xxvii] Platón, Hipias Mayor. 295c.

[xxviii] Platón, Hipias Mayor. 295d.

[xxix] Platón, Hipias Mayor. 296b.

[xxx] Platón, Hipias Mayor. 296b.

[xxxi] Platón, Hipias Mayor. 297a.

[xxxii] Platón, Apología de Sócrates. 22e.

[xxxiii] Platón, Hipias Mayor. 304e.

No hay comentarios:

Publicar un comentario