sábado, 18 de julio de 2009

GENTE CORRIENTE (CINECLUB.48)

Continuando con el tema de las relaciones personales en el entorno familiar, esta semana (16/7/09) hemos proyectado en nuestro cineclub (habrá que ir pensando en ponerle un nombre) la ópera prima como director de Robert Redford, titulada Ordinary people (gente corriente), una producción estadounidense del año 1980 que se adentra sin prisas en el espesor del dolor de una familia media suburbana.

Mientras que Elsker digt for evigt (CC.47) centraba su intensidad en el cruce de dos ejes marido-mujer, dando al eje padres-hijos un tratamiento más convencional (los celos de la hija adolescente), la cinta de Redford sobre la novela de Judith Guest se desplaza principalmente sobre la relación entre los dos padres (Calvin y Beth) y sus dos hijos, uno de ellos físicamente ausente tras morir en un accidente (Buck) y el otro de vuelta tras intentar desaparecer cortándose las venas (Conrad), y sólo tras la evolución de esta línea padres-hijos se verá afectada la relación marido-mujer.

La historia narra el intento de volver a la normalidad de la familia Jarrett tras la muerte de uno de sus hijos y de su consecuencia: la depresión suicida del otro hijo, que vive acosado por la culpa del superviviente. Su retorno desde el hospital psiquiátrico da inicio al complicado camino de la normalización, que se puede afrontar de dos maneras: en la película se enfrentan la estrategia de Beth (la madre-esposa), orientada a mantener las apariencias y basada en el silencio, y la estrategia de Conrad (el hijo), que no acepta las máscaras y buscará una superación real de la situación a través de la palabra. En medio se encuentra Calvin (el padre-marido), inicialmente en la tarea imposible de compatibilizar ambas posiciones, por lo que al final deberá tomar partido.

Sólo destacar dos cosas:

1. La película se ve atravesada por la presencia continua e inquietante de lo acuático[1], símbolo de lo Otro, de lo que queda fuera de los límites de la razón. El accidente que provoca la depresión de Conrad ocurre en las aguas del lago Michigan, y el agua de la piscina supone el recuerdo continuo de ese momento: sólo cuando abandona la natación para ir a la consulta psiquiatra, cuando sustituye la inestabilidad procelosa de lo acuático por la firmeza racional de la palabra, lo abierto por lo normalizado, se abre la vía de su curación; y siguiendo con esta línea, el climax de la película coincide con el terror que provoca la apertura de un grifo y con la capacidad de Conrad para cerrarlo sin consecuencias. Parece que la vida se trata en todo momento de no hundirse, de salir a flote.

2. También recorre la historia la idea de “hacer hablar” (y de mandar callar) para normalizar -de nuevo la sociedad confesante-, que encuentra su figura central en el Dr. Berger, psiquiatra que trabaja sobre Conrad según el esquema psicoanalítico clásico: conocer lo reprimido cura. Frente a esta verdad médica, encontramos en Michel Foucault[2] (otra vez) la denuncia de esta incomunicación profunda que caracteriza la relación de nuestra sociedad con el loco: «En medio del apacible mundo de la enfermedad mental, el hombre moderno ya no se comunica con el loco: está, por una parte, el hombre cuerdo que delega al médico la locura, no autorizando así más relación que la que se da a través de la universalidad abstracta de la enfermedad; y está, por otra parte, el hombre loco que no se comunica con el otro a no ser por medio de una razón abstracta, que es orden, constricción física y moral, presión anónima del grupo, exigencia de conformidad. No hay lenguaje común; o más bien, ya no hay lenguaje común; la constitución de la locura como enfermedad mental, a finales del siglo XVIII, levanta acta de un diálogo roto, da la separación como ya adquirida, y hunde en el olvido todas esas palabras imperfectas, sin sintaxis fija, un poco balbucientes, en las que se hace el intercambio de la locura y de la razón. El lenguaje de la psiquiatría, que es un monólogo de la razón sobre la locura, sólo ha podido establecerse sobre un silencio como éste».

1+2. La vida no es sólo flotar: de vez en cuando hay que ahogarse, sin miedo.


[1] Véase al respecto la entrada de este blog “A propósito de M. Foucault: notas para una posible Historia de la Arquitectura”, en concreto el apartado “El espacio de lo Otro” y sus notas [42] y [43] para las referencias filosóficas clásicas.

[2] Foucault, Michel, Historia de la Locura en la Época Clásica. Prólogo a la primera edición, según traducción de Amparo Rovira.

2 comentarios:

  1. hola Juanjo... enhorabuena... tu blog comienza a coger ritmo y te he de dar la enhorabuena también porque poco poco consigues una extensión abarcable para los "mortales"... jejejeje

    en referencia a la película y tu comentario, decir primeramente que la película me gustó y que la relación familiar después del trágico accidente del hijo mayor está muy bien expresada (me encanta el papel del padre... perdido, en tierra de nadie y recibiendo golpes de unos y otros... al final es el que "explota" y consigue lo que todos deseaban, paz)
    Y en cuanto a tu comentario... como siempre brillante... jeje (qué pelota que soy)... me ha gustado el detalle del accidente marítimo y su paralelismo con las sesiones de natación (me imagino que podrían ser auténticas torturas, porque durante 12 años he sufrido y disfrutado sesiones de 2 horas diarias de natación en las que os puedo asegurar que mientras uno nada en la soledad de la respiración debajo del agua y el golpear de tus articulaciones sobre la superficie del agua, uno piensa y mucho...)

    la vida no es sólo flotar... hay que ahogarse de vez en cuando sin miedo... de acuerdo, pero en ocasiones el miedo a ahogarnos y no poder o saber salir de nuevo a la superficie nos encamina al aislamiento social de Conrad o como en la película anterior a cometer actos irracionales producto de la simple estrategia de "llevarse llevar"... no pienso que dejarse ahogar de vez en cuando sea tan sencillo...
    (si no que se lo digan a mi madre... incapaz de meter la cabeza debajo del agua aún con la supervisión de su hijo, un presente, titulado monitor de natación... jajajajajaaaaaa)

    ENHORABUENA DE NUEVO

    ResponderEliminar
  2. No es "dejarse ahogar", es "ahogarse". Tomar las riendas de la vida para equivocarse: a veces es imposible acertar sencillamente porque no hay blanco.
    En lo acuático (entendido como metáfora del afuera) todo es inseguro, no se pueden fijar puntos fiables que nos sirvan de referencias: el hilo de Ariadna no funciona. Y aún así, de vez en cuando tenemos que hacernos a la mar.
    Por supuesto esto es válido para lo sentimental, pero, para no parecer un consultorio, esto debería aplicarse principalmente al pensar: necesito creer que podemos -cada vez- pensar de otro modo.

    ResponderEliminar